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La epidemia de diagnósticos: cuando las mamografías «crean» más cánceres de los que curan

Durante las últimas semanas, Andalucía está siendo el epicentro de un escándalo sanitario que ha sacudido la confianza en el sistema de salud pública (y de los políticos que lo gestionan): al menos 2.000 mujeres no recibieron la notificación de resultados dudosos en sus mamografías, lo que se tradujo en diagnósticos y tratamientos retrasados durante meses -incluso años- y marcó vidas para siempre.

El “fallo masivo” en el cribado oficial no fue solo un error administrativo: pone en evidencia graves problemas estructurales, agravados por los recortes, externalizaciones y una priorización de recursos que, en última instancia, pone en riesgo vidas y ahonda la crisis de la sanidad andaluza.

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Más allá de la Andalucía oficial, el problema es estructural y afecta a miles de mujeres en toda España, donde la sobrecarga, la falta de personal y la externalización sin control han convertido el cribado en una máquina burocrática con un sesgo preocupante de desinformación y frustración para muchas pacientes.

El programa, iniciado en 1995, ha crecido año tras año sin recursos proporcionales: solo en 2025 se realizaron cerca de medio millón de mamografías en Andalucía -mientras listas de espera superan los tres años-.

El cribado, lejos de ser un ejemplo de prevención, acaba por evidenciar una sanidad colapsada, privatizada y, como han denunciado asociaciones y expertos, dirigida más por convenios y contratos con aseguradoras privadas que por criterios científicos objetivos.

El espejismo del cribado universal: ¿más pruebas, más salud?

Esta crisis de confianza sirve como telón de fondo para abordar una pregunta mucho más profunda que llevo años formulando: ¿Las mamografías, y por extensión los programas de cribado masivo, realmente salvan vidas? ¿No será que estamos midiendo el éxito por el número de diagnósticos y no por el descenso real de la mortalidad?

La evidencia científica acumulada en las últimas tres décadas, desde los estudios pioneros de Peter C. Gøtzsche y el Centro Cochrane Nórdico hasta los recientes metaanálisis publicados por BMJ Oncology, pone de manifiesto una realidad incómoda: la mamografía apenas mejora el pronóstico absoluto, disminuyendo la mortalidad un 0,1% (del 0,5% al 0,4%) en diez años de cribado intensivo.

En contraste, el riesgo de sobrediagnóstico y daño asociado a falsas alarmas, intervenciones innecesarias (biopsias, mastectomías, radioterapia, quimioterapia) y ansiedad crónica es diez veces mayor que el supuesto beneficio de acudir puntualmente a las pruebas de cribado.

“Diagnosticar más y antes no beneficia” si no se traduce en menos muertes, menos enfermedad y mayor calidad de vida. El propio sistema médico ya asume que la mayor parte del descenso en la mortalidad se debe a la mejora de los tratamientos, la concienciación y cambios de hábitos, más que al cribado. Si la mamografía fuera un medicamento con ese balance entre riesgo y beneficio, probablemente estaría prohibida.

Sobrediagnóstico o cuando la prevención crea pacientes

El principal efecto adverso de la mamografía y el cribado universal reside en el sobrediagnóstico: detectar tumores indolentes, que nunca habrían causado síntomas serios ni puesto en riesgo la vida de la mujer, pero que una vez detectados la convierten en paciente, sometiéndola a secuelas físicas, emocionales y psicológicas muchas veces irreparables.

Testimonios recientes revelan la dimensión humana del problema: mujeres sometidas a controles anuales que acaban encadenando intervenciones traumáticas, sufriendo el dolor físico de la prueba radiológica, la ansiedad de esperar resultados y el coste emocional de convivir con la incertidumbre… todo para acabar “viviendo muertas en vida” por miedo al cáncer y al proceso hospitalario.

En países como Uruguay, la mamografía llegó a ser obligatoria para acceder a empleo; en Francia y Suiza, comités oficiales han recomendado eliminar los programas de cribado porque su tasa de sobrediagnóstico y efectos negativos supera ampliamente los beneficios.

Ana Rosengurtt, ingeniera uruguaya, lo expuso al conseguir que la justicia dictaminara que “hacer una mamografía no puede ser obligatorio”, denunciando el uso off-label y la ausencia de ensayos clínicos robustos para aplicar mamografías en personas sanas.

El sobrediagnóstico, a diferencia del cáncer radioinducido, no depende exclusivamente de la exposición reiterada a la radiación, sino de la sistematización compulsiva de pruebas. A más mamografías, más cánceres detectados… pero no necesariamente más vidas salvadas.

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¿Más cáncer de mama? Sí, pero porque se buscan (y «fabrican»)

La evidencia epidemiológica reciente señala que el aumento de incidencia de cáncer de mama, y otros tumores “de moda”, va en paralelo al incremento de las pruebas radiológicas y campañas de detección masiva.

Como se recoge en JAMA Internal Medicine (2025), la llamada “pandemia de cáncer” es más bien una pandemia de diagnósticos: se triplican los casos detectados, pero la mortalidad permanece estable; el número de cánceres en estadio avanzado no disminuye, y en muchos lugares incluso aumenta.

Este patrón se ha observado en los ocho tumores con mayor incremento de incidencia: tiroides, mama, riñón, colon, endometrio, entre otros. Solo dos muestran un leve aumento de la mortalidad asociada (colon y endometrio), mientras que los demás mantienen estables o decrecientes sus cifras de fallecimientos. Esto es la “firma epidemiológica” del sobrediagnóstico.

En palabras de H. Gilbert Welch, autoridad mundial en salud pública, el cribado masivo y el diagnóstico precoz, lejos de representar un avance, generan una espiral de medicalización, consumismo sanitario y miedo social sin impacto real en la salud colectiva.

Cada año, cientos de miles de personas sanas pasan a la categoría de “pacientes”, convertidas en consumidoras de pruebas, medicamentos y servicios clínicos.

Industria de la «prevención», privatización y lobby

El caso andaluz es solo la punta del iceberg. El cribado, presentado como garantías de prevención y desarrollo sanitario, opera en la práctica como motor de externalizaciones y contratos con aseguradoras privadas.

Empresas como Analiza, grandes multinacionales y operadores privados extraen rentas a costa de la ansiedad y el miedo colectivo, mientras la sanidad pública ve sus recursos y personal mermados.

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La expansión del cribado responde menos a criterios científicos que a lobby, presión mediática y “marketing rosa”.

Lejos de ser un proceso neutral, la detección masiva se ha convertido en un negocio multimillonario: fabricantes de mamógrafos, laboratorios, hospitales, aseguradoras y sector biotecnológico surfean la ola del “miedo al cáncer” y la cultura de la salud industrializada.

No debemos olvidar que la mamografía no está exenta de riesgos físicos: la exposición frecuente a rayos X induce daño genético, fibrosis y lesiones tanto en el tejido mamario como en órganos próximos.

Además, el dolor y la incomodidad son expresados de manera recurrente en los propios comentarios: muchas mujeres califican la mamografía como “tortura”, “proceso humillante”, “trámite anual que les genera más miedo que tranquilidad”.

El estrés crónico, la depresión y la estigmatización de la “superviviente de cáncer” -cuando el diagnóstico puede haber sido irrelevante- completan el cuadro de daños sociales y psicológicos.

Falsos positivos, intervenciones innecesarias y la medicalización del miedo

Para cada mujer diagnosticada, decenas sufren un falso positivo, pasando por el calvario de biopsias, ecografías y consultas interminables. La ansiedad generalizada y la sensación de inseguridad vital son el resultado, más que de la enfermedad, de la cultura del cribado y del “consumo” de salud como nuevo parámetro de bienestar.

Cada intervención médica tiene costes reales: desde la infertilidad, linfedema y daños cardíacos derivados de terapias agresivas, hasta la secuela psicológica y emocional.

En la Andalucía de 2025, “la prevención” se ha convertido en una trampa economicista y política, sin garantías (ni en resultados ni en la gestión), donde muchas mujeres denuncian haber esperado demasiado o haber sido tratadas sin sentido crítico.

Los grandes estudios internacionales -British Medical Journal, JAMA, Cochrane, NHS británico, comités de expertos suizos y franceses- coinciden: la prevalencia del cáncer de mama ha aumentado principalmente por los cribados, no por la enfermedad real.

El número absoluto de muertes apenas varía; lo que sí aumenta es la sobrecarga diagnóstica, económica y médica.

Políticos y gestores sanitarios insisten en ampliar la edad del cribado e invitan cada año a medio millón de mujeres a hacerse la prueba… mientras el sistema no mejora ni en recursos ni en rigor científico.

El reto: una prevención basada en pruebas y ética

La verdadera prevención pasa por mejorar la alimentación, combatir la obesidad, reducir el tabaco y el alcohol, fomentar la actividad física y proteger la salud ambiental. No por crear una cultura de la radiación, el consumo de pruebas y la angustia colectiva.

Se impone una reforma profunda, dando voz real a pacientes, médicos críticos e investigadores independientes. La transparencia, el consentimiento informado y el rigor científico deben primar sobre los intereses industriales y políticos.

La crisis de las mamografías en Andalucía es, en última instancia, la metáfora de una sanidad occidental saqueada por el miedo y el negocio rosa. Miles de mujeres claman por justicia; decenas de asociaciones exigen revisión científica, legal y política. Lo que está en juego no es solo la gestión administrativa, sino el modelo mismo de prevención que se perpetúa año tras año.

Si el cribado masivo no reduce la mortalidad y genera más daño que beneficio, no es prevención: es negocio.

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