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La publicidad prohibida del fármaco Ozempic, el negocio del malestar y sus efectos adversos

La investigación del Ministerio de Sanidad a Novo Nordisk por la campaña publicitaria de Ozempic revela una preocupante ceguera institucional: se fiscaliza la publicidad pero se ignoran, en buena medida, los daños reales que este fármaco puede estar causando.

Mientras las autoridades se centran en si la campaña induce a la automedicación o estigmatiza la obesidad, pasan por alto los efectos adversos graves, incluidos casos de pancreatitis -este sí lo citan desde las «alturas» como indico abajo-, ideación suicida y muertes documentadas en varios países.

El fenómeno Ozempic ilustra cómo la industria farmacéutica convierte un problema complejo y social como la obesidad en un diagnóstico médico simplista, prometiendo soluciones milagrosas con medicamentos.

El Ministerio se limita a vigilar la forma, pero no el fondo: no hay investigaciones abiertas ni exigencia de responsabilidades por los daños a las víctimas. Esta asimetría protege la imagen de la industria y deja desamparados a los afectados.

Publicidad prohibida

En España, la publicidad de medicamentos sujetos a prescripción, como los nuevos tratamientos para la obesidad (como Ozempic -aunque no es el único-), está PROHIBIDA para el público general. Sin embargo, las farmacéuticas han encontrado formas de sortear esta restricción, como campañas que, bajo la apariencia de concienciación, promueven indirectamente sus productos.

Quien así lo afirma, y lleva toda la razón, es el secretario de Estado de Sanidad, Javier Padilla -el «brazo derecho» de la ministra de Sanidad-. Y lo hace en un artículo que lleva por título: ¿Cómo se anuncia lo que no se puede anunciar?

Un ejemplo, y se refiere a la campaña que está haciendo el fabricante de Ozempic, Novo Nordisk, es un cartel impactante con el mensaje “PUEDE MATAR”, acompañado del logo de una conocida farmacéutica y varias sociedades científicas, que en realidad busca llamar la atención sobre la obesidad, condición para la que la empresa tiene un medicamento estrella.

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Esta estrategia, aunque no es nueva, plantea serias dudas éticas y legales, dice Padilla:

«Bajo el pretexto de informar o sensibilizar sobre un problema de salud, se difumina la línea entre la divulgación y la promoción encubierta de medicamentos. El objetivo final es aumentar la preocupación social y, en consecuencia, las consultas médicas que puedan desembocar en más prescripciones del fármaco«.

Y eso es lo que está ocurriendo.

El caso de la obesidad es especialmente complejo. No se trata solo de un diagnóstico médico basado en el índice de masa corporal, sino de un fenómeno cargado de estigma social, culpabilización (especialmente hacia las mujeres), y marcado por desigualdades de clase (los pobres comen peor y sufren más la obesidad).

La campaña publicitaria no solo medicaliza el problema -continúa Padilla-, sino que amplía su definición, trasladando la responsabilidad al individuo y dejando de lado los determinantes sociales y estructurales que lo condicionan.

Medicamentos como Ozempic, originalmente desarrollados para la diabetes, han sido adoptados por el fenómeno social y mediático que rodea la lucha contra la obesidad.

Su uso se ha popularizado gracias a influencers y figuras públicas, quienes han contribuido a asociar la delgadez con éxito y salud, sin matizar para quién está realmente indicado el fármaco ni advertir de sus posibles efectos adversos, como el aumento de casos de pancreatitis. Y este no es el único daño grave que puede ofrecer ese fármaco.

El fenómeno se agrava -explica el secretario de Sanidad- cuando la presión mediática y social convierte estos medicamentos en objetos de deseo, especialmente para quienes buscan resultados rápidos y estéticos, acentuando las desigualdades de acceso.

Además, se ignoran los riesgos de convertir un medicamento en una solución exprés para problemas complejos y multifactoriales.

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Justicia alimentaria

La reciente campaña de la farmacéutica de Ozempic, bajo el lema “La obesidad puede matar”, ilustra una de las grandes trampas contemporáneas: reducir un problema complejo y multifactorial como la obesidad a un simple diagnóstico médico, con la promesa de que pastillas o inyecciones pueden solucionarlo.

Quien así lo escribe también es Javier Guzmán, director de la organización Justicia Alimentaria. «Detrás de la supuesta preocupación por la salud pública, se esconden intereses económicos de grandes empresas que se benefician del malestar, el miedo y la estigmatización de los cuerpos», escribe en un artículo titulado Ozempic y el negocio del malestar.

La gordofobia está tan arraigada en nuestra sociedad que el temor a engordar es casi universal. La industria alimentaria, por un lado, fomenta el consumo de productos insanos y difunde la idea de que los cuerpos deben ser “mejorados”.

Por otro, la industria farmacéutica ofrece medicamentos como solución, alimentando así un ciclo de frustración y sufrimiento. Es un negocio redondo: Se genera el problema, se patologiza y se vende la supuesta cura.

Asociar obesidad y muerte de manera directa resulta simplista e injusto. Estudios recientes demuestran que el estigma del peso provoca graves consecuencias: eleva el riesgo de depresión, ansiedad y trastornos alimentarios, y disuade a las personas con sobrepeso de acudir al sistema sanitario por miedo a ser humilladas.

Esta violencia social debe ser cuestionada. La diversidad corporal es real, y la noción de “normalidad” responde más a intereses políticos y comerciales que a criterios objetivos.

«La respuesta no puede ser la medicalización individual, sino una transformación colectiva, cultural y política. Es urgente limitar la publicidad de alimentos ultraprocesados y dietas milagro, y apostar por políticas públicas que desactiven la patologización de los cuerpos», explica Guzmán.

En suma, el sistema alimentario actual, impulsado por intereses industriales, debe ser reformado para poner la salud y la alimentación como derechos fundamentales.

No podemos dejar en manos de quienes generan el problema la definición de las soluciones. Frente al negocio del malestar, es fundamental defender la alimentación saludable, local y ecológica, y reivindicar la dignidad de los cuerpos reales y diversos, como parte de nuestro patrimonio social y cultural.

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