Ceguera inducida: Cuando los fármacos de moda «para adelgazar» apagan la luz
Una persona, cuyo anonimato guardo, me ha escrito para contarme su nefasta experiencia con ciertos medicamentos de moda «para adelgazar» que sigo desde hace tiempo. La describo tal cual, entre otros motivos, por si alguien más se siente identificado pues hay más casos, seguro:
Tengo 55 años y, como tantas personas de mi generación, cargo con una mochila de diagnósticos que parecen haberse convertido en la norma: diabetes tipo 2 desde 2006, hipertensión arterial (síndrome metabólico) y apnea del sueño. Desde el primer día, mi tratamiento fue con insulinas, pero hace seis años mi endocrino decidió cambiar el rumbo de mi medicación y me recetó liraglutida, comercializada como Victoza, fármaco de la familia del popular y controvertido por sus daños Ozempic.
Victoza está indicado para el tratamiento de la diabetes tipo 2 en adultos, adolescentes y niños a partir de 10 años, especialmente cuando la dieta y el ejercicio no son suficientes para controlar la enfermedad o cuando otros medicamentos como la metformina no son apropiados.
Su principio activo, liraglutida, pertenece a la familia de los agonistas del receptor GLP-1, una clase de fármacos que, en teoría, ayudan a regular el azúcar en sangre y, de paso, a perder algo de peso, lo que en la práctica se ha convertido en un reclamo para su uso masivo y, a menudo, fuera de indicación (de manera alegal):
A los pocos días de empezar con Victoza, noté algo extraño: Perdí la visión central del ojo izquierdo. No lo detecté de inmediato porque el ojo derecho compensaba, pero la sombra estaba ahí, silenciosa y traicionera.
Acudí a mi médica de cabecera, que me derivó al oftalmólogo, y este, a su vez, al neurólogo. Tras un periplo de pruebas, el diagnóstico fue claro pues padecía neuropatía óptica isquémica anterior no arterítica (NOIANA), una forma de ceguera irreversible.

Incluso llegaron a plantear una punción lumbar para descartar esclerosis múltiple, pero la pandemia de Covid-19 y el confinamiento paralizaron todo.
Pregunté a los especialistas si este episodio podía estar relacionado con el cambio de medicación, pero la respuesta fue unánime: “No”.
Como suele ocurrir, la reacción fue recetarme un antiagregante para prevenir otro episodio, sin detenerse a indagar en la posible iatrogenia, ese daño provocado por el propio sistema sanitario que tan bien conocemos quienes hemos transitado por sus pasillos.
Rybelsus y la ceguera en directo
El segundo episodio llegó a principios de febrero de 2024, esta vez afectando al ojo derecho. Lo viví en directo, sin anestesia, y acabé de Urgencias en el hospital de Alcalá de Henares, donde me diagnosticaron y recomendaron acudir a mi hospital de referencia.
La coincidencia temporal fue, cuanto menos, sospechosa: A finales de 2023 y principios de 2024, la escasez de Victoza en las farmacias me obligó a cambiar de tratamiento. Mi médica de cabecera me recetó Rybelsus, cuyo principio activo es semaglutida, otro agonista del receptor GLP-1.
Apenas tres días después de empezar con Rybelsus, sufrí el segundo ataque. Un par de meses más tarde, la prestigiosa revista JAMA Ophthalmology publicó un artículo firmado por el Dr. Joseph Rizzo, oftalmólogo de Harvard, en el que se establecía una relación entre las semaglutidas y la NOIANA, esa ceguera irreversible que ya me había golpeado una vez.
Al leer el prospecto de Rybelsus, la advertencia era clara porque entre los efectos secundarios comunes (1 de cada 10 personas) figura el agravamiento de la retinopatía diabética y la recomendación de acudir al médico si se presentan problemas de visión.
Sin embargo, la retinopatía diabética no es lo mismo que una NOIANA. En el prospecto de Victoza, por el contrario, no se mencionan daños oculares como reacción adversa. La literatura científica, sin embargo, empieza a señalar que tanto liraglutida como semaglutida podrían incrementar el riesgo de complicaciones oculares, especialmente si la mejoría del control glucémico es muy rápida.
La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) ha confirmado recientemente que el uso de semaglutida -presente en Rybelsus, Ozempic y Wegovy– conlleva un riesgo de NOIANA). Según la AEMPS y la EMA, la frecuencia es muy rara (menos de 1 de cada 10.000 personas), pero el daño, cuando ocurre, es devastador.
El sistema sanitario y la negación del daño
Cuando sufrí el segundo episodio, llamé a mi médica de cabecera para pedirle explicaciones: ¿Cómo es posible que, sabiendo que ya había tenido problemas oculares graves, me recetara un medicamento que reporta efectos secundarios oculares?
La respuesta fue la de siempre, negación, minimización, y la sensación de que el paciente molesta más que informa.
Mostré a los especialistas la publicación del Dr. Rizzo, pero la reacción fue, de nuevo, la incredulidad. Una oftalmóloga, con una ligereza que asusta, llegó a diagnosticarme esclerosis múltiple solo porque la afectación era bilateral.
Los daños en el ojo derecho son ahora permanentes: pérdida de visión superior, lateral y vertical. Cuando leo, tengo que interpolar palabras porque veo el texto troquelado, como si faltaran piezas de un puzle.
No es casualidad que estos medicamentos estén en el centro de la polémica. Como bien señala Miguel Jara en su blog, vivimos en una época en la que los fármacos se convierten en éxitos comerciales antes de que se conozcan a fondo sus riesgos, y la presión de la industria farmacéutica pesa más que la prudencia clínica.
La semaglutida y la liraglutida, desarrolladas por el laboratorio Novo Nordisk, han sido presentadas como grandes avances en el tratamiento de la diabetes y la obesidad, hasta el punto de recibir premios y reconocimientos internacionales.
Sin embargo, tras el brillo de los galardones se esconde una realidad menos glamurosa como son sus graves efectos secundarios, intentos de suicidio, riesgo de cáncer de tiroides y, como en mi caso, ceguera irreversible.
La EMA ha abierto investigaciones por intentos de suicidio y autolesiones relacionados con estos medicamentos, especialmente cuando se utilizan fuera de indicación, como “adelgazantes milagro” en una sociedad obsesionada con la imagen corporal.
El caso de la NOIANA es paradigmático: un efecto adverso que, aunque raro, cambia la vida de quienes lo sufren y que, durante años, ha sido minimizado o directamente negado por las autoridades sanitarias y las compañías farmacéuticas.
¿Qué nos dice la experiencia?
Mi experiencia personal es solo un ejemplo más de lo que Miguel Jara denomina “iatrogenia silenciada”. Los daños provocados por medicamentos no son anecdóticos ni excepcionales: son la otra cara de una medicina que, en su afán por innovar y recetar, olvida a menudo el principio de prudencia y la escucha activa al paciente.
Cuando los problemas aparecen, la reacción del sistema es negar, derivar, medicalizar aún más y, en última instancia, culpabilizar al paciente por sus propios males.
La falta de información clara y honesta sobre los riesgos de estos fármacos es alarmante. Los médicos, presionados por la industria y saturados de trabajo, recetan medicamentos de última generación sin advertir de los posibles daños.

Los pacientes, por su parte, confían en el sistema y asumen que, si algo sale mal, será por su propia enfermedad y no por el tratamiento. Así se perpetúa el círculo vicioso de la iatrogenia.
Si habéis pasado o conocéis a alguien que está atravesando una situación similar escribidme o llamadme.