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La FDA retira fármacos con flúor para la infancia: ¿fin de un dogma en la salud pública?

La noticia ha pasado casi de puntillas por la prensa generalista, pero puede marcar un antes y un después en la forma en que abordamos la prevención de la caries infantil y, más allá, la relación entre salud pública y exposición a sustancias químicas controvertidas. La FDA, la todopoderosa agencia reguladora de fármacos y alimentos estadounidense, ha iniciado el proceso para retirar del mercado los medicamentos con flúor destinados a niños.

Hablamos de tabletas, gotas y pastillas que, durante décadas, se han recetado para «proteger» los dientes de los más pequeños, especialmente en zonas donde el agua del grifo no contiene flúor añadido.

La decisión de la FDA no es fruto de un arrebato ni de una moda. Es el resultado de años de controversia científica, presión ciudadana y, sobre todo, de la revisión crítica de los datos sobre eficacia y seguridad de estos productos.

Según la propia agencia, estos medicamentos nunca han sido aprobados formalmente para su comercialización. Sí, habéis leído bien: Durante décadas, millones de niños han ingerido flúor en forma de medicamentos sin que existiera una evaluación rigurosa de los riesgos y beneficios, algo que, de por sí, debería hacernos reflexionar sobre el funcionamiento de los sistemas de control sanitario.

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La diferencia con la pasta dental o los enjuagues es clave: Estos últimos se usan de forma tópica, mientras que los suplementos se ingieren, lo que multiplica el potencial de efectos sistémicos. Entre las preocupaciones de la FDA destacan varias cuestiones de peso:

1. Alteración del microbioma intestinal

El intestino es mucho más que un tubo digestivo: es un ecosistema complejo, especialmente sensible durante la infancia. El flúor, al ser ingerido, puede modificar la flora intestinal, con consecuencias aún poco exploradas pero potencialmente graves.

Sabemos que el microbioma cumple funciones clave en la inmunidad, el metabolismo y hasta en la salud mental. ¿Qué ocurre cuando lo alteramos de forma crónica en una etapa tan vulnerable como la niñez? La ciencia empieza a dar respuestas inquietantes.

2. Riesgos para la salud: tiroide, peso y neurodesarrollo

La literatura científica ha ido acumulando evidencias sobre los posibles efectos adversos del flúor más allá de la fluorosis dental. Se han documentado asociaciones con alteraciones tiroideas, aumento de peso y, lo que más alarma a muchos investigadores, posibles daños en el desarrollo cerebral de los niños.

Un estudio reciente, publicado en 2025 en JAMA Pediatrics, ha puesto el foco en la relación entre la exposición al flúor y el coeficiente intelectual (CI) en la infancia.

Se trata de una revisión sistemática y un meta-análisis de 59 estudios, con más de 20.000 niños analizados. Los resultados son contundentes: Los niños expuestos a mayores niveles de flúor presentaban puntuaciones de CI significativamente más bajas que aquellos menos expuestos.

Por cada aumento de 1 mg/L en el flúor urinario, el CI descendía, de media, 1,63 puntos. Cuando se consideran solo los estudios de mayor calidad, la disminución sigue siendo relevante: 1,14 puntos menos de CI por cada mg/L de flúor en orina.

No es un hallazgo aislado. La propia revista The Lancet Neurology ya incluyó el flúor en la lista de posibles neurotóxicos para el desarrollo infantil. Y la Agencia Nacional de Salud Pública de Canadá ha reconocido la existencia de estudios preocupantes, aunque, como suele ocurrir, la respuesta institucional es la prudencia (o la inercia).

3. Prioridad a la prevención natural

La FDA subraya que la mejor manera de prevenir la caries no pasa por añadir flúor al organismo, sino por reducir el consumo de azúcares y mantener una higiene dental adecuada. Una obviedad que, sin embargo, ha sido sistemáticamente ignorada en favor de soluciones químicas tóxicas de fácil aplicación… y dudosa justificación.

Esta postura choca frontalmente con la de organismos como los CDC estadounidenses o las asociaciones de odontopediatría, que siguen defendiendo la administración de flúor en bajas dosis para grupos considerados «de riesgo», aunque siempre bajo prescripción médica. El debate, lejos de cerrarse, se agudiza.

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El caso español: el agua del grifo en Madrid

La polémica sobre el flúor no es ajena a España. De hecho, la Comunidad de Madrid es uno de los territorios donde la fluorización del agua del grifo es una práctica habitual, bajo el argumento de prevenir la caries dental en la infancia. Pero, ¿qué sabemos realmente sobre los riesgos y beneficios de esta medida?

El agua suministrada por el Canal de Isabel II se caracteriza por su baja mineralización, lo que, en teoría, la hace más «pura». Sin embargo, en varias zonas, se añade flúor como medida de salud pública.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece un límite máximo de 1,5 mg/L de flúor en agua potable para evitar riesgos de fluorosis dental o esquelética (leed esto que publiqué no hace mucho en este blog).

En Madrid, los niveles suelen estar por debajo de ese umbral, pero la exposición crónica, sumada a otras fuentes de flúor (alimentos, dentífricos, medicamentos), puede llevar a una acumulación preocupante.

No existe una política uniforme en toda España: mientras que en algunas comunidades la fluorización es sistemática, en otras se ha descartado por falta de evidencia o por presión social. El debate sigue abierto.

Los riesgos del flúor en la alimentación

El flúor, como casi todo en toxicología, no es ni bueno ni malo en sí mismo: Depende de la dosis, la vía de exposición y la susceptibilidad individual. Pero los riesgos están bien documentados:

  • Fluorosis dental: Manchas blancas o marrones en los dientes, que en casos graves pueden debilitar la estructura dental. Es el efecto adverso más conocido y el principal argumento para limitar la exposición en la infancia.
  • Problemas óseos: El flúor se acumula en los huesos, donde puede provocar dolor articular, rigidez e incluso aumentar el riesgo de fracturas.
  • Alteraciones tiroideas: El flúor compite con el yodo, esencial para la función tiroidea. Diversos estudios sugieren que el exceso de flúor puede contribuir al hipotiroidismo, un problema de salud pública infradiagnosticado.
  • Efectos neurológicos: Como hemos visto, la exposición elevada al flúor durante el embarazo o la infancia podría estar relacionada con alteraciones en el desarrollo cerebral y disminución del CI.

La pregunta es pertinente. La justificación oficial es la prevención de la caries, una enfermedad multifactorial en la que la dieta y la higiene juegan un papel mucho más relevante que la exposición a un mineral. Sin embargo, la costumbre y la inercia institucional pesan más que la evidencia científica.

En este blog he documentado casos de municipios que han decidido suspender la fluorización del agua, a menudo tras la presión de plataformas ciudadanas y asociaciones de consumidores. El argumento es siempre el mismo: El principio de precaución debe primar cuando hay dudas razonables sobre la seguridad de una intervención masiva.

¿Cómo reducir la exposición al flúor en casa?

Para quienes deseen evitar el flúor en el agua del grifo, existen varias estrategias sencillas:

  • Filtros de ósmosis inversa: Son los más eficaces para eliminar el flúor del agua potable doméstica.
  • Agua embotellada o de manantial: Conviene revisar la etiqueta, ya que algunas marcas contienen flúor de forma natural.
  • Pastas dentales sin flúor: Especialmente recomendables en niños pequeños, que tienden a tragarse parte de la pasta al cepillarse.

La retirada de los medicamentos con flúor para niños por parte de la FDA reabre un debate incómodo pero necesario: ¿Quién decide qué sustancias ingerimos a diario? ¿Por qué se sigue añadiendo flúor al agua del grifo sin un consentimiento informado de la población? ¿Por qué no se priorizan medidas preventivas naturales y menos invasivas?

Miguel Jara Abogados

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Como consumidores, tenemos derecho a exigir explicaciones a las autoridades y a reclamar alternativas seguras.

Reflexión final

El caso del flúor es un ejemplo paradigmático de cómo la ciencia, la política y la industria pueden confluir en decisiones que afectan a millones de personas. La retirada de los medicamentos con flúor para niños en EE.UU. debería servir de llamada de atención para revisar, con espíritu crítico, todas las prácticas que implican la exposición masiva a sustancias potencialmente peligrosas.

La prevención de la caries no debe convertirse en una excusa para medicalizar la infancia ni para imponer soluciones químicas sin un debate abierto y plural. La salud pública debe basarse en la prudencia, el respeto a la autonomía individual y la actualización constante de la evidencia científica.

Para quienes quieran profundizar más en este tema, recomiendo la lectura de mi artículo Flúor en el agua del grifo: los peligros que no nos cuentan y el seguimiento de las publicaciones científicas más recientes, como la revisión de JAMA Pediatrics citada anteriormente.

La salud, como la democracia, se defiende cada día. Y empieza por la información.

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