Gripe virus
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Vacunación de la gripe 2025: entre la propaganda y la evidencia crítica

Octubre siempre llega cargado de las mismas consignas: ¡vacúnese, por su salud y la de los demás! Los medios, alineados una vez más con las políticas gubernamentales y los intereses de la industria farmacéutica, bombardean al ciudadano con campañas que presentan la vacuna de la gripe como un amuleto infalible, imprescindible para afrontar la temporada de los catarros.

Y sin embargo, como suele insistir el médico Juan Gérvas y otros clínicos independientes, la realidad es mucho más compleja e incómoda de lo que dicta la propaganda oficial.

Desde hace años, sigo con atención y escepticismo las sucesivas ofensivas vacunales. La gripe, enfermedad frecuente pero habitualmente benigna, se convierte durante el otoño en objeto de una amplificación mediática que la retrata poco menos que como una amenaza de dimensiones catastróficas.

¿Por qué esa insistencia en el miedo, la alarma, la urgencia? Nos encontramos otra vez frente a un circo sanitario cuyos mensajes simplifican y exageran. Pero la pregunta esencial que conviene no olvidar es: ¿qué aporta realmente la vacunación antigripal, más allá de la narrativa de salvación a granel?

Un ritual repetido cada año

La campaña de vacunación anual es ya un ritual. Farmacias atestadas, centros de salud saturados y mensajes en radio y televisión advierten que la gripe “puede matar”. En el contexto actual, marcado por los efectos persistentes de la pandemia de COVID-19 y la amenaza de brotes de gripe aviar H5N1, se ha intensificado el discurso de la prevención y la vacunación masiva.

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La vacunación de la gripe se centra en los grupos considerados de riesgo: mayores de 65, personas con enfermedades crónicas, embarazadas y personal sanitario. A lo largo de los años, los datos oficiales han ido construyendo el mito de la eficacia vacunal, pero si uno escarba un poco en la literatura científica y observa la evolución real de las epidemias, la eficacia dista mucho de ser incuestionable. Y mucho menos mágica.

El médico Juan Gérvas, figura fundamental de la medicina general crítica en España, no se ha cansado de repetir en sus muchos escritos la necesidad de preguntar lo esencial y de rehuir los automatismos acríticos. En un resumen reciente, Gérvas se atrevió a plantear diez cuestiones incómodas, que desmontan algunos de los mitos más consolidados de la vacunación antigripal:

  • ¿Produce inmunidad de rebaño la vacuna de la gripe? No. A diferencia de otras inmunizaciones, la antigripal no evita la circulación masiva del virus. La protección es individual, no colectiva.
  • ¿Vacunar a profesionales médicos protege a los pacientes o a sus familias? Tampoco. No se ha demostrado que dicha vacunación beneficie realmente a quienes rodean a los sanitarios.
  • ¿Los trabajadores sanitarios tienen más riesgo de gripe? No, aunque están más expuestos por su entorno laboral, el riesgo es similar al del resto de la población activa.
  • ¿Evita la vacuna las ausencias laborales o complicaciones como neumonía y muerte? No. Los análisis estadísticos comprueban cada año que la incidencia de estas complicaciones no disminuye significativamente por el empleo masivo de la vacuna.

Esta opinión, apoyada en revisiones sistemáticas y meta-análisis independientes (como los de Cochrane), se complementa con datos internacionales que confirman lo que Gérvas explica con claridad: la relación entre vacunación masiva y reducción de la carga real de la enfermedad no es ni mucho menos la que proclama la industria.

La respuesta de los verificadores y la ortodoxia biomédica

En contraposición, la versión oficial, respaldada por organismos internacionales como los Centros para el Control de las Enfermedades (CDC) estadounidenses y la Organización Mundial de la Salud (OMS), insiste en que la vacunación antigripal sí reduce la incidencia de las formas graves.

La argumentación se apoya en estudios que demuestran cierta reducción en hospitalizaciones entre grupos vulnerables: ancianos, niños, embarazadas y personas con patologías crónicas.

La divergencia entre evidencias refleja la complejidad de valorar intervenciones sanitarias cuya utilidad no es absoluta ni universal. Incluso los verificadores de información (fact-checkers) admiten que la vacuna no ofrece inmunidad de rebaño ni previene la totalidad de los casos, pero que sí puede ayudar a reducir complicaciones en los sectores más susceptibles.

No obstante, la simplificación que practica la industria, la Administración pública y muchos medios termina por ocultar los matices y sobre-dimensionar el beneficio. En palabras de Juan Gérvas, la vacunación se convierte en “una pócima mágica que todo lo evita”, cuando la propia literatura científica recomienda prudencia y una valoración caso por caso, considerando tanto el perfil de riesgo individual como los antecedentes sanitarios y las posibles contraindicaciones.

La insistencia en la vacunación, año tras año, responde a un entramado de intereses político-sanitarios y económicos muy bien engrasado. La industria farmacéutica encuentra en la campaña anual un nicho de mercado estable, recurrente y de fácil justificación.

Administraciones sanitarias, que ven en la vacuna una herramienta sencilla para mostrar “acción” y “prevención”, legitiman y blindan la estrategia aunque los datos de impacto poblacional en morbilidad y mortalidad sean mediocres.

La pregunta que el periodismo riguroso debe hacerse es: ¿cómo se mide el éxito de la campaña? ¿Por el número de dosis administradas, por la reducción de la enfermedad grave, por la menor saturación de hospitales, por los costes evitados?

Porque cuando se analizan las cifras en detalle, año a año, los resultados no siempre acompañan a la narrativa triunfalista. Y más importante aún: ¿cuál es la calidad de vida de quienes reciben la vacuna y la de quienes no la reciben? ¿Se estudian los posibles efectos adversos con el mismo rigor que se promociona la vacunación?

Gripe mujer enferma

Datos de impacto real

Según datos de la propia OMS y estudios internacionales, la vacuna de la gripe evita aproximadamente 1 caso por cada 100 vacunados en condiciones normales. Es decir, a 99 personas la vacuna no les aporta ningún beneficio directo, y queda por analizar el balance en términos de los posibles perjuicios o efectos secundarios, que si bien son poco frecuentes suelen minimizarse o quedan fuera del foco mediático.

En niños sanos, la vacuna de la gripe reporta pocos beneficios y, según Gérvas y revisiones Cochrane, no reduce las complicaciones (ni neumonía, ni muerte, ni ausencia escolar significativa). Los beneficios, a la luz de la literatura médica independiente, son en el mejor de los casos modestos y deben ponderarse frente a la realidad epidemiológica de la gripe: una infección generalmente benigna, sobre todo en población sana.

Sí existe consenso en que la vacuna puede ser útil en grupos de riesgo elevado: personas mayores de 65 años, pacientes con enfermedades crónicas graves o inmunosuprimidos.

En estos casos, la vacunación se puede justificar por un mayor riesgo de complicaciones. Pero incluso ahí, el impacto global sobre la mortalidad y la hospitalización no es tan espectacular como se vende: la protección está lejos de ser absoluta y la variabilidad de los virus cada temporada limita la efectividad.

En el caso de los profesionales sanitarios, la evidencia es controvertida: los datos muestran que no existe un mayor riesgo para el trabajador, y que vacunar a este colectivo no reduce las transmisiones ni protege significativamente a sus pacientes.

La efectividad depende más de las condiciones de higiene, el uso de mascarillas y las medidas cotidianas en los centros sanitarios que de la vacunación masiva.

¿Qué aprendimos desde la pandemia?

La convivencia con el COVID-19 ha amplificado la presión vacunal. Se ha pretendido equiparar la situación sanitaria post-pandémica con una necesidad creciente de vacunación contra la gripe. Sin embargo, los ingresos hospitalarios y muertes relacionadas con la gripe siguen siendo minoritarios frente a otros virus respiratorios relevantes.

No parece que la pandemia haya cambiado sustancialmente la justificación clínica para la vacunación gripal; más bien, ha servido para robustecer todo el aparato propagandístico, centralizar la toma de decisiones y consolidar una cultura del miedo y del consumo biomédico.

Lo que urge más que nunca es abandonar el paternalismo sanitario y la confianza ciega en los discursos institucionales. La decisión de vacunarse debería ser individual, informada y ponderada en función del perfil personal de riesgo, los antecedentes médicos y la información científica realmente disponible.

Recurrir a fuentes independientes, analizar las evidencias con sentido crítico y preguntar a profesionales que no tengan vínculos con la industria farmacéutica es fundamental para sortear la confusión actual.

No debemos perder de vista la importancia de los estilos de vida saludables, la higiene cotidiana, la buena alimentación y la atención a factores emocionales y sociales que influyen mucho más que cualquier profilaxis biológica, y que año tras año quedan relegados por la lógica de la inyección anual.

Gripe aviar y nuevos miedos

En septiembre de este año, la gripe aviar ha vuelto a los titulares, renovando silencios, temores y aprendizajes incompletos. La reacción institucional, entre la alarma y el exceso de precaución, revela de nuevo cómo se explotan los ciclos de pánico sanitario para justificar decisiones poco transparentes y reforzar la narrativa de la vacunación como solución universal.

Pero la historia demuestra una y otra vez la necesidad de prudencia, de información de calidad y de debate plural.

Insistiendo en el rigor y la independencia, como corresponde al periodista que se debe a la sociedad y no a la industria, queda claro que la vacunación contra la gripe es un tema complejo, lleno de zonas grises.

Los datos oficiales, la experiencia clínica crítica y la voz de médicos independientes aconsejan una aproximación mucho más matizada: la vacuna no es ni tan beneficiosa ni tan necesaria como nos proclaman cada otoño, salvo para colectivos de altísimo riesgo que pueden ver reducido, aunque no suprimido, el peligro de complicaciones graves.

El resto de la población tiene derecho a preguntar, cuestionar, decidir y protegerse sin asumir que la vacunación es la única vía posible para cuidar la salud propia y colectiva.

Los sistemas sanitarios deberían apostar con más fuerza por la transparencia, la autonomía del paciente y una prevención genuina que no dependa tanto del consumo farmacéutico como de la promoción de condiciones de vida saludables.

Este año, como todos los anteriores, conviene recordar que la información es poder: desconfiemos del mensaje único, razonemos con datos y no olvidemos que la prevención no es sólo cuestión de agujas, sino de conciencia social y autonomía responsable.

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