Respirar miguel jara
| |

Salud ambiental: el espejo incómodo de nuestra sociedad

Hoy, 26 de septiembre, se conmemora el Día Mundial de la Salud Ambiental. Es una fecha que pasa prácticamente desapercibida en los medios generalistas, volcados en la inmediatez de la política de partido o en el espectáculo deportivo.

Sin embargo, detrás de ella late un tema esencial: la salud no empieza en la receta que nos entrega un médico ni en el quirófano de un hospital. La verdadera salud comienza mucho antes, en el aire que respiramos, en el agua que bebemos, en la composición de los alimentos, en los ruidos que toleramos y en la maraña de tóxicos invisibles a los que estamos expuestos cada día.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que casi una cuarta parte de las enfermedades y muertes prematuras en el mundo tienen su origen en factores ambientales prevenibles. Una cifra demoledora que no termina de traducirse en políticas firmes, lo que revela la enorme distancia entre la retórica institucional y la acción efectiva.

Cada vez resulta más evidente que la auténtica prevención médica no pasa tanto por diagnósticos y fármacos, sino por mejorar el contexto ambiental en el que vivimos.

El problema es que hacerlo exige cuestionar intereses económicos poderosos: las multinacionales químicas, la agroindustria, las constructoras que levantan ciudades ruidosas e insalubres, las compañías energéticas que mantienen el modelo fósil, o la industria tecnológica que inunda con radiaciones electromagnéticas nuestro día a día.

Banner miguel jara abogados 1 1024x328 2

Veamos algunos de los factores ambientales más determinantes, casi siempre silenciados o minimizados, y sobre los que convendría abrir un debate serio.

Químicos tóxicos: la gran herencia envenenada

Los plaguicidas, los metales pesados, los disolventes industriales, los detergentes perfumados o los cosméticos cargados de disruptores endocrinos se infiltran en nuestra vida cotidiana con el beneplácito de unas agencias reguladoras que actúan de forma más permisiva de lo que reconocen.

El resultado ha sido el aumento exponencial de enfermedades asociadas a la exposición crónica de tóxicos: cánceres, alteraciones endocrinas, problemas de fertilidad, disfunciones autoinmunes y trastornos neurológicos, algunos de ellos en la infancia.

Entre los síndromes emergentes derivados de esta contaminación química destaca la Sensibilidad Química Múltiple (SQM), un cuadro devastador para quienes lo sufren.

Estas personas no pueden entrar en un supermercado corriente, subir a un autobús perfumado o usar un champú comercial sin experimentar mareos, asfixia, fatiga extrema o crisis respiratorias. Lo dramático es que muchas veces, además, sufren el abandono institucional, porque como enfermedad que pone en cuestión el sistema está invisibilizada.

La exposición simultánea y multicanal a tóxicos convierte a la sociedad actual en un espacio de riesgo permanente. La pregunta incómoda es: ¿quién se beneficia de que millones de ciudadanos estén expuestos a pesticidas, fragancias sintéticas, plásticos y metales pesados? La respuesta es evidente: las industrias químicas, farmacéuticas y agroalimentarias, que amasan beneficios extraordinarios a costa de hipotecar la salud colectiva.

Radiaciones invisibles: ¿un experimento masivo?

Las antenas de telefonía, el wifi, los routers encendidos las 24 horas y el uso intensivo de móviles nos han convertido en conejillos de indias de un experimento a escala planetaria.

La radiación electromagnética no ionizante, a diferencia de la nuclear, no rompe enlaces moleculares. Sin embargo, cada vez más estudios sugieren que su exposición crónica puede alterar funciones fisiológicas básicas.

Entre los síntomas relatados destacan fatiga crónica, insomnio, cefaleas recurrentes, problemas de concentración o irritabilidad. El fenómeno se conoce como síndrome de hipersensibilidad electromagnética, una condición real para las personas que lo sufren pero negada todavía por la medicina oficial, demasiado alineada con la industria tecnológica y reticente a reconocer riesgos que podrían poner en jaque sectores millonarios.

La Agencia Europea de Medio Ambiente lleva años recomendando aplicar el “principio de precaución”: reducir la exposición siempre que existan sospechas fundadas de riesgo.

Pero los gobiernos, en lugar de aplicar este criterio, suelen actuar como portavoces de las teleoperadoras. ¿Por qué se siguen aprobando proyectos como el 5G sin que medien estudios epidemiológicos independientes a gran escala? ¿No estamos repitiendo la historia del amianto, del tabaco o de los pesticidas, vendiendo seguridad mientras se multiplican indicios de toxicidad.

Salud ambiental.jpg 1

El sol y los microbios

La exposición solar moderada resulta indispensable para la síntesis de vitamina D y el bienestar anímico. Pero la radiación ultravioleta sin control causa cánceres de piel y cataratas. Lo irónico es que en lugar de promover protección adaptada y respeto a los ritmos biológicos, la industria cosmética aprovecha el miedo para vender fotoprotectores con nanopartículas cuya inocuidad es discutible para la salud y para los ecosistemas marinos.

Algo similar ocurre con los microorganismos. Vivimos obsesionados con la higiene extrema y con “eliminar bacterias” de nuestro entorno, mientras olvidamos que una gran parte de nuestra inmunidad depende de mantener una microbiota diversa y equilibrada.

La pandemia de COVID-19 mostró la vulnerabilidad del sistema sanitario, pero también la oportunidad perdida de replantear la relación con el entorno natural. Seguimos privilegiando la lógica farmacológica en lugar de reforzar estrategias preventivas y de fortalecimiento del organismo.

El ruido es una epidemia normalizada

La contaminación acústica apenas aparece en las agendas políticas, pese a que la OMS la considera uno de los grandes factores de riesgo ambiental. La exposición sostenida a más de 65 decibelios -lo habitual en zonas de tráfico denso o cerca de aeropuertos- genera estrés fisiológico permanente.

Esto se traduce en hipertensión, alteraciones del sueño, reducción de la capacidad cognitiva en niños y mayor probabilidad de sufrir infartos o ictus.

La relación entre ruido y deterioro mental es clara: irritabilidad, falta de concentración, depresión encubierta. Sin embargo, a las autoridades les resulta más sencillo priorizar el beneficio del turismo de ocio nocturno, la ampliación de aeropuertos o las grandes infraestructuras viarias para el automóvil, que preservar la salud de sus habitantes.

Una vez más, el negocio se impone sobre el derecho al descanso y a un ambiente saludable.

Otro impacto ambiental es la actual crisis climática, que no solo es un problema ambiental, sino sanitario. Las alteraciones en las estaciones, el incremento de olas de calor, las sequías y las lluvias torrenciales impactan en la salud física y psicológica.

Las olas de polen intensas multiplican las alergias respiratorias; el frío persistente dispara las infecciones invernales; las oscilaciones bruscas de humedad o temperatura agravan patologías cardíacas y reumáticas.

La prevención aquí no es únicamente individual. No basta con tomar infusiones, ventilar la casa o comer frutas de temporada (que también). Es imprescindible una transformación del modelo energético y de consumo, porque de lo contrario el deterioro ambiental seguirá trasladándose en forma de dolencias crónicas.

Humedad y aire envenenado

La humedad excesiva en los hogares favorece la proliferación de hongos y ácaros, desencadenantes de asma y dermatitis. La sequedad extrema deteriora mucosas y debilita defensas frente a infecciones. Pero el peligro mayor proviene de la inhalación diaria de material particulado (PM2.5, PM10), generado por la combustión de vehículos, incineradoras y calefacciones fósiles.

Estas partículas finísimas atraviesan las barreras pulmonares y alcanzan los alvéolos, provocando inflamaciones crónicas que desembocan en enfermedades respiratorias graves y cáncer de pulmón. La Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) ya ha catalogado la polución urbana como carcinógeno de Grupo 1, equiparándola al tabaco o el amianto.

Pese a ello, los gobiernos retrasan sistemáticamente la aplicación de medidas drásticas sobre movilidad urbana, porque ello supone enfrentarse a lobbies del automóvil y de la energía. Mientras tanto, cada año miles de personas mueren de forma prematura en silencio, convertidas en estadísticas invisibles.

Un modelo que enferma

Todos estos factores -radiaciones, químicos, ruido, contaminación atmosférica, clima hostil- conforman un mosaico que demuestra que la principal enfermedad es un modelo de desarrollo que prioriza le rentabilidad económica a la salud. Es lo que el economista Ulrich Beck llamó “sociedad del riesgo”: convivimos con amenazas invisibles producidas por la misma tecnología que promete progreso.

Hablar de salud ambiental no es un lujo ni un capricho ecologista. Es un derecho humano fundamental y una obligación ética de los Estados. Sin embargo, nuestros gobiernos firman acuerdos climáticos y a la vez subvencionan macrogranjas o nuevos oleoductos.

La incoherencia institucional revela la captura de las políticas públicas por parte de intereses económicos.

Proteger la salud ambiental requiere decisiones estructurales: prohibir los químicos más peligrosos, limitar drásticamente las emisiones, reorientar la producción agrícola hacia sistemas ecológicos, apostar por energías renovables limpias y repensar las ciudades como espacios habitables.

Pero también exige coherencia en lo personal: reducir el consumo de tóxicos en el hogar, exigir transparencia regulatoria, organizarse colectivamente para reclamar cambios y apoyar alternativas que prioricen la vida frente al beneficio.

Cada pequeño gesto -elegir productos sin fragancias sintéticas, desconectar un router nocturno, cultivar un huerto urbano, usar transporte sostenible- suma. Pero lo verdaderamente transformador será ejercer presión ciudadana para que la prevención ambiental se convierta en un pilar real de las políticas públicas.

La salud no está en las manos exclusivas de médicos ni en el gasto de un sistema sanitario que se asfixia bajo el peso de enfermedades crónicas crecientes. La salud está en el aire, en el agua, en el silencio, en los suelos fértiles, en los bosques aún intactos. Y mientras no reconozcamos ese vínculo indiscutible entre ambiente y salud, seguiremos tratando los síntomas sin abordar las causas.

Suscríbete a mi Newsletter

¡Y únete a mi comunidad!

¿Te apasiona la salud, la alimentación y la ecología? No te pierdas mis investigaciones exclusivas y análisis en profundidad. Suscríbete a mi newsletter y recibe contenido directamente en tu bandeja de entrada.

¡Suscríbete ahora y sé parte del cambio!

¡No hago spam! Lee mi política de privacidad.

Compártelo:

3 comentarios

  1. Sigue usted sin mencionar la geoingenieria,técnica a través de la cual inyectan sustancias toxicas en la atmósfera con aviones alegando,ahora, que es para luchar contra el cambio climático. De sobras documentado. No hay cambio climático,hay modificación del clima de forma artificial mediante la dispersión aérea de sustancias tóxicas.

  2. Un asunto peliagudo a nivel internacional es el proyecto Word Mosquito impulsado por Gates. Muchas voces están alertando de los riesgos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *