SIBO: El sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado
La salud intestinal se ha convertido en uno de los grandes temas de nuestro tiempo. No es casualidad dado que cada vez más investigaciones apuntan a que el intestino es mucho más que un simple tubo digestivo. Es un órgano complejo, un auténtico ecosistema en el que la microbiota, ese universo de bacterias, virus y hongos que nos habitan, juega un papel fundamental en la salud (y la enfermedad).
Hoy quiero abordar el SIBO, ese sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado que, como tantas otras etiquetas médicas, merece ser analizado desde una perspectiva crítica, informada y, por qué no decirlo, incómoda para el discurso oficial.
El SIBO (Small Intestinal Bacterial Overgrowth) es, en esencia, un desequilibrio en la microbiota: bacterias que deberían estar en el colon colonizan el intestino delgado, donde no deberían proliferar. Esto genera síntomas tan variados como hinchazón, gases, dolor abdominal, diarrea o estreñimiento, y en los casos más graves, malabsorción y desnutrición.
La etiqueta es reciente, pero el problema no lo es tanto. El auge del SIBO en la literatura médica y en la consulta clínica coincide con una explosión de interés (y negocio) alrededor de la microbiota intestinal, los test de aliento, las dietas restrictivas y, cómo no, los tratamientos farmacológicos y suplementos de todo tipo.
Pero, ¿qué hay detrás de este fenómeno? ¿Por qué el intestino delgado, que debería ser un entorno relativamente estéril, se convierte en un caldo de cultivo para bacterias oportunistas? Y, sobre todo, ¿qué papel juega nuestra forma de vida, nuestros hábitos alimentarios y la medicalización creciente de la sociedad en este desequilibrio?

En España, no existen cifras oficiales y precisas sobre el número exacto de personas afectadas por SIBO, ya que la prevalencia varía mucho según los estudios, los métodos diagnósticos empleados y el grupo de población analizado.
Sin embargo, las estimaciones más citadas en la literatura médica y por especialistas españoles sitúan la prevalencia de SIBO en la población general entre el 2,5% y el 22%. Esta variabilidad se debe, en parte, a la baja fiabilidad de las pruebas diagnósticas y a la falta de consenso sobre los criterios de diagnóstico.
En personas con síntomas digestivos, la prevalencia puede ser mucho mayor, llegando hasta el 33% según algunos informes. En colectivos con patologías digestivas concretas, como el Síndrome del intestino irritable, la prevalencia de SIBO puede situarse en torno al 14%.
La microbiota, ese «órgano» olvidado
Durante décadas, la microbiota intestinal fue ignorada por buena parte de la medicina. No interesaba. Ahora, sin embargo, sabemos que en nuestro intestino habitan cien billones de microorganismos, con al menos mil especies distintas de bacterias.
El microbioma puede llegar a pesar hasta dos kilos. No es poca cosa. De hecho, cada vez hay más pruebas de que enfermedades tan dispares como el alzhéimer, el párkinson, la esquizofrenia o el autismo podrían tener su origen, al menos en parte, en el intestino.
La microbiota cumple funciones esenciales: participa en la digestión y absorción de nutrientes, produce vitaminas, regula el sistema inmunitario, protege frente a patógenos y modula la inflamación.
Es, en suma, un órgano metabólico de primer orden, cuya alteración (la famosa disbiosis) se relaciona con enfermedades intestinales y extraintestinales, agudas y crónicas.
El equilibrio de la microbiota es, por tanto, crítico para la salud. Pero este equilibrio es frágil y puede romperse por múltiples factores: alimentación, estrés, infecciones, tóxicos ambientales y, muy especialmente, medicamentos.
Fármacos y microbiota
Uno de los aspectos menos comentados (y más preocupantes) del auge del SIBO es la relación entre el uso de fármacos y la destrucción de la microbiota intestinal. En mi blog he analizado cómo medicamentos de uso común, como los antiácidos (omeprazol), los antidepresivos o los corticoides, alteran de manera profunda el microbioma.
El caso del omeprazol es paradigmático pues basta una semana de tratamiento para que la acidez estomacal se reduzca y bacterias que normalmente se quedan en la boca lleguen a crecer en el estómago y el intestino delgado.
El resultado: una microbiota menos saludable, más relacionada con infecciones gastrointestinales y riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Pero no queda ahí la cosa. La mitad de las categorías de fármacos analizadas en estudios recientes producen cambios profundos en la microbiota, alteraciones relacionadas con el aumento del riesgo de infecciones intestinales, obesidad o diabetes.
Y, sin embargo, pocos médicos advierten de estos efectos secundarios ni informan a sus pacientes de los riesgos. La medicalización de la vida cotidiana, la prescripción masiva y acrítica de fármacos, es uno de los grandes factores de riesgo para la salud de nuestra microbiota y, por extensión, para la aparición de SIBO y otros trastornos digestivos.
No es casualidad que el SIBO se haya convertido en un diagnóstico frecuente en una sociedad que abusa de los medicamentos y que ha roto el equilibrio natural de la microbiota. El uso indiscriminado de antibióticos, antiácidos, antidepresivos y otros fármacos altera el ecosistema intestinal, permitiendo que bacterias oportunistas colonicen zonas donde no deberían estar.
El intestino delgado, que debería tener una carga bacteriana baja, se convierte así en un entorno propicio para el sobrecrecimiento bacteriano o SIBO.
Pero la responsabilidad no es solo de los medicamentos. La alimentación industrial, rica en ultraprocesados, azúcares y aditivos, y pobre en fibra y nutrientes de calidad, contribuye a la disbiosis. La exposición a tóxicos ambientales, el estrés crónico y la falta de contacto con la naturaleza completan el cóctel.
¿Qué papel juega la alimentación en el SIBO?
La dieta es, sin duda, uno de los factores más determinantes en la salud de la microbiota y en la aparición (o resolución) del SIBO. No se trata solo de evitar los alimentos que fermentan en exceso (los conocidos como FODMAPs), sino de apostar por una alimentación que respete y nutra el ecosistema intestinal.
La fibra, los prebióticos y los alimentos fermentados son aliados de la microbiota, mientras que los azúcares refinados, los aditivos y los ultraprocesados la destruyen.
Pero no basta con cambiar la dieta. Es necesario repensar el modelo alimentario en su conjunto. La agricultura industrial, basada en pesticidas, herbicidas y monocultivos, ha reducido la diversidad microbiana de los alimentos y del suelo.
Los alimentos ecológicos, en cambio, ofrecen una mayor riqueza en nutrientes y microorganismos beneficiosos, y están libres de tóxicos que dañan la microbiota.
La industria de los suplementos ha encontrado en los probióticos y prebióticos un filón comercial. No niego que en algunos casos puedan ser útiles, especialmente tras el uso de antibióticos o en situaciones de disbiosis grave. Pero no son la panacea.
El verdadero reto es restaurar el equilibrio de la microbiota a través de una alimentación variada, lo más ecológica posible, rica en fibra y mediante alimentos «vivos», y reducir la exposición a factores que la destruyen.
¿Qué podemos hacer para proteger nuestra microbiota y prevenir el SIBO?
La respuesta no es sencilla, pero sí posible. Algunas claves:
- Revisar el uso de medicamentos: No tomar fármacos innecesarios y exigir información sobre sus efectos en la microbiota. Hablar con los médicos, cuestionar, pedir alternativas y buscar siempre la mínima dosis eficaz.
- Alimentación consciente y ecológica: Apostar por alimentos frescos, lo más próximos o locales que sea posible, de temporada y ecológicos. Evitar ultraprocesados, azúcares y aditivos. Priorizar la fibra, los alimentos fermentados y la diversidad vegetal.
- Reducción de tóxicos ambientales: Minimizar la exposición a pesticidas, herbicidas, plásticos y otros contaminantes que alteran la microbiota.
- Gestión del estrés y contacto con la naturaleza: El estrés crónico y la vida urbana reducen la diversidad microbiana. Pasear por el campo, cultivar un huerto, convivir con animales y reducir el estrés son estrategias sencillas y eficaces.
- Uso racional de probióticos y prebióticos: Solo en casos necesarios y siempre bajo supervisión profesional. No dejarse llevar por el marketing ni las modas.
El auge del SIBO no es casualidad. Es el síntoma de una crisis más profunda: la ruptura del equilibrio entre el ser humano y su entorno, la medicalización de la vida, la destrucción de la biodiversidad (también la microbiana) y la pérdida de autonomía en materia de salud.
El intestino, ese órgano olvidado, nos está enviando un mensaje: Necesitamos repensar nuestra relación con la naturaleza, con la alimentación y con la medicina.

La solución no vendrá solo de nuevos fármacos, suplementos o dietas milagro. Vendrá de un cambio de paradigma: recuperar la diversidad, la calidad y la sencillez en la alimentación; reducir la exposición a tóxicos y medicamentos innecesarios; y exigir una medicina más humana, crítica y basada en la evidencia, no en el negocio.
Miguel, maravilloso artículo con una explicación muy completa de un tema que por desgracia está aumentando entre la población.
Respecto a incluir los fermentados como productos favorables, me ha extrañado, pero al mismo tiempo me ha alegrado, pues a pesar que otras publicaciones leídas lo ponen como no recomendables para el SIBO, personalmente no terminaba de convencerme, y al ver que tu incluías los fermentados como recomendados, y dado la confianza que me ofrecen tus lecturas, me da una doble alegría.
Gracias por todo.