Pesticidas tóxicos prohibidos… que vuelven a usarse. Más basura en nuestra comida.
Un artículo, publicado originalmente en Nueva Tribuna y escrito Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria, profundiza en un tema que nos afecta a todos: Los pesticidas, sus daños y la urgente necesidad de transitar hacia una agricultura ecológica. Os lo resumo y añado de cosecha propia, nunca mejor traído el concepto:
La noticia llegó como un mazazo: el pasado viernes 17 de mayo de 2025, la Comisión de Asuntos Económicos de la Asamblea Nacional francesa dio un paso atrás en la protección de la biodiversidad y la salud pública al aprobar el proyecto de ley conocido como “ley Duplomb”.
Este texto abre la puerta al regreso de los pesticidas neonicotinoides, específicamente el acetamiprid, un insecticida prohibido en Francia desde 2018 por su devastador impacto en los polinizadores, especialmente las abejas.
La justificación es tan vieja como tramposa: “no hay alternativas viables” para ciertos cultivos. Pero, ¿es eso cierto? ¿O estamos ante un nuevo capítulo de la impunidad químico tóxica que lleva décadas envenenando nuestros ecosistemas, nuestra salud y nuestro futuro?

Llevamos años denunciando el modelo agroindustrial que prioriza el beneficio económico de unos pocos sobre la vida de todos. Hoy, con este artículo, quiero desmontar los argumentos que sostienen esta decisión, analizar los daños de los pesticidas y, sobre todo, destacar que sí hay alternativas: La agroecología no es una utopía, sino una realidad viable, necesaria y urgente.
Un sistema roto: la puerta giratoria de los pesticidas
La “ley Duplomb” no es un caso aislado. Es el síntoma de un sistema roto, donde las excepciones se convierten en norma y las prohibiciones, en papel mojado. En la Unión Europea, los Estados miembros pueden autorizar de forma “excepcional” el uso de fitosanitarios prohibidos si demuestran que no existen alternativas comerciales viables.
Parece razonable, ¿verdad? El problema es que esta herramienta, pensada para situaciones puntuales, se ha convertido en una puerta giratoria que permite a la industria agroquímica seguir inundando los campos con sustancias tóxicas. Lo llaman “flexibilidad regulatoria”. Yo lo llamo impunidad.
En el caso de los neonicotinoides, los datos son abrumadores. Estos insecticidas, diseñados para atacar el sistema nervioso de los insectos, no distinguen entre plagas y polinizadores. Las abejas, fundamentales para la polinización de un tercio de los cultivos que consumimos, son especialmente vulnerables.
Existen estudios científicos, como los publicados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que han demostrado que el acetamiprid y otros neonicotinoides no solo matan abejas, sino que afectan su capacidad de orientación, reproducción y resistencia a enfermedades.
Sin abejas, la producción de alimentos como frutas, verduras y semillas se desploma. Y con ellas, nuestra seguridad alimentaria.
Pero los daños van más allá. Los neonicotinoides son persistentes: se acumulan en el suelo, el agua y los tejidos de las plantas, contaminando ecosistemas enteros.
Trabajos recientes muestran que estos compuestos peligrosos están presentes en ríos y acuíferos años después de su aplicación, afectando a aves, anfibios y mamíferos. Y sí, también a nosotros.
Los residuos de fitosanitarios sintéticos llegan a nuestros platos: un informe de la ONG Générations Futures (2024) encontró trazas de neonicotinoides en el 20% de las frutas y verduras analizadas en supermercados europeos, incluso en productos etiquetados como “de cultivo convencional”.
Entonces, ¿por qué volver a autorizarlos? La respuesta está en la presión de la agroindustria químico tóxica y en una visión cortoplacista que antepone los beneficios inmediatos de unos pocos a la sostenibilidad del planeta.
La Política Agrícola Común (PAC) de la UE, lejos de corregir esta deriva, la perpetúa. En su última reforma, se dejó claro que no se prohibirán fitosanitarios si no hay “alternativas rentables”. Pero, ¿rentables para quién? Para las multinacionales que producen estos venenos, no para los agricultores atrapados en un modelo dependiente ni para los consumidores que pagamos las consecuencias con nuestra salud.

Los daños de los pesticidas
Hablemos claro: los pesticidas no son un mal necesario. Son un mal a secas. Décadas de investigación han documentado sus efectos devastadores, y los neonicotinoides son solo la punta del iceberg. Aquí van algunos datos que no podemos ignorar:
- Impacto en la biodiversidad: Además de las abejas, los agrotóxicos afectan a mariposas, escarabajos y otros insectos beneficiosos. Un estudio de la Universidad de Wageningen (2022) estima que el 40% de las especies de insectos en Europa están en declive, en gran parte por el uso de fitosanitarios nocivos. Sin insectos, los ecosistemas colapsan: las aves que dependen de ellos desaparecen, los suelos pierden fertilidad y la cadena trófica se desmorona.
- Contaminación ambiental: Los pesticidas no se quedan en el campo. Se filtran al agua subterránea, llegan a los ríos y mares, y alteran los ecosistemas acuáticos. Un informe de Greenpeace (2023) encontró residuos de glifosato y neonicotinoides en el 80% de las muestras de agua analizadas en la cuenca del Ebro. Esta contaminación no solo afecta a la fauna, sino también a las comunidades que dependen de estas fuentes de agua.
- Riesgos para la salud humana: Los pesticidas están relacionados con enfermedades crónicas como el cáncer, trastornos neurológicos y problemas reproductivos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) clasifica varios de ellos, como el glifosato, como “probablemente cancerígeno”. Un estudio de la Universidad de California (2024) encontró una correlación entre la exposición a neonicotinoides y un mayor riesgo de trastornos del desarrollo en niños.
- Dependencia económica: Los agricultores, atrapados en un modelo intensivo, dependen de pesticidas para mantener producciones altas, pero a un coste brutal. Los insumos químicos son caros, y su uso continuo degrada los suelos, reduciendo su fertilidad a largo plazo. Según un informe de la FAO (2023), los costes externos de estos tóxicos (daños ambientales, sanitarios y económicos) superan los 200.000 millones de euros al año en la UE.
Frente a este panorama, la decisión de Francia de reabrir la puerta a los neonicotinoides es un insulto a la ciencia, a la lógica y a la salud pública. Pero también es una oportunidad para preguntarnos: ¿Queremos seguir por este camino o hay otra manera de producir alimentos?
La alternativa existe: Transición agroecológica
La agroecología no es un sueño hippie ni una moda pasajera. Es una propuesta científica, práctica y viable que ya está funcionando en miles de explotaciones en todo el mundo. La transición a una agricultura ecológica es la única vía para garantizar la verdadera seguridad alimentaria, proteger la biodiversidad y cuidar la salud de las personas. Pero, ¿qué significa exactamente?
La agroecología se basa en trabajar con la naturaleza, no contra ella. En lugar de depender de insumos químicos, utiliza técnicas como la rotación de cultivos, el manejo integrado de plagas, el uso de abonos orgánicos o la diversificación de cultivos.
Estas prácticas no solo reducen la necesidad de pesticidas, sino que mejoran la resiliencia de los cultivos frente a la emergencia climática y enriquecen los suelos. Un estudio de la Universidad de Copenhague (2024) demostró que las fincas agroecológicas pueden alcanzar rendimientos similares a los de la agricultura convencional, pero con un 50% menos de costes externos.
Entonces, ¿por qué no se apuesta de verdad por la agroecología? Porque cambiar el modelo requiere voluntad política y enfrentarse a los intereses de la agroindustria convencional.
La PAC, que consume el 40% del presupuesto de la UE, sigue destinando la mayoría de sus fondos a la agricultura intensiva. En 2023, solo el 10% de las ayudas se destinaron a prácticas agroecológicas, según un informe de la Corte de Cuentas Europea. Mientras tanto, las multinacionales químicas como Bayer-Monsanto o Syngenta ejercen un lobby feroz para mantener el statu quo.
Un llamamiento a la acción

La “ley Duplomb” es un paso atrás, pero también una llamada de atención.
No podemos seguir permitiendo que se nos diga que “no hay alternativa” mientras se bloquean las ayudas a la agroecología y se fomenta un modelo insostenible.
Algunas propuestas razonables (¿no os parecen?):
- Legislación ambiciosa: La UE debe establecer un calendario claro para eliminar los pesticidas más dañinos, sin excepciones. Esto incluye prohibir de forma definitiva los neonicotinoides y otros fitosanitarios persistentes.
- Apoyo a la agroecología: La PAC debe redirigir sus fondos hacia prácticas ecológicas, ofreciendo incentivos a los agricultores que adopten modelos ecológicos y formación para facilitar la transición.
- Soberanía alimentaria: Hay que priorizar circuitos cortos de comercialización y apoyar a los pequeños productores, que son los verdaderos garantes de la seguridad alimentaria.
- Participación ciudadana: Los consumidores tenemos un papel clave. Comprar productos ecológicos, apoyar a los mercados locales y presionar a los gobiernos para que actúen son pasos concretos que podemos dar.
La puerta de los pesticidas nunca debió abrirse, pero aún estamos a tiempo de cerrarla. La agroecología no es solo una alternativa: es el futuro. Un futuro donde la comida no envenene, en el que los campos estén vivos y donde la salud de las personas y del planeta sea la prioridad. ¿Os sumáis?