Día Mundial del Vapeo: Entre la alternativa y la demonización
El 30 de mayo, mañana, se celebra el Día Mundial del Vapeo, una fecha que, lejos de ser casual, precede al Día Mundial Sin Tabaco. Esta proximidad no es inocente: es una declaración de intenciones de quienes defienden el vapeo como una alternativa menos dañina al cigarrillo tradicional.
Pero, ¿qué hay de cierto en esto? ¿Es el vapeo una tabla de salvación o un nuevo enemigo público? Como periodista de investigación que lleva más de dos décadas analizando la industria sanitaria y los intereses que la rodean, me propongo abordar este debate con el rigor y la sensatez que merece, escuchando todas las voces y huyendo de dogmatismos.
Cómo surge este Día de…
El Día Mundial del Vapeo es una jornada internacional que promueve el cigarrillo electrónico como una alternativa más segura al tabaco tradicional.
Esta fecha, que se conmemora el 30 de mayo, fue instaurada en 2020 por organizaciones de consumidores y expertos en salud pública, bajo el liderazgo de la World Vapers’ Alliance (WVA), con el objetivo de concienciar sobre los beneficios del vapeo en la reducción de daños asociados al tabaquismo.
El cigarrillo electrónico funciona calentando un líquido que contiene nicotina y aromas, generando un aerosol que el usuario inhala, evitando así la combustión y la exposición a miles de sustancias tóxicas presentes en el humo del tabaco.
El Día Mundial del Vapeo nació para dar voz a los vapeadores, defender su derecho a elegir alternativas menos dañinas y destacar el papel del vapeo en la reducción de la mortalidad y morbilidad vinculadas al tabaco.
La fecha no es casual: se celebra un día antes del Día Mundial Sin Tabaco, impulsado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), para contraponer el enfoque de reducción de daños al mensaje tradicional de abandono total del tabaco.
Día mundial sin tabaco
El Día Mundial Sin Tabaco, celebrado el 31 de mayo y promovido por la OMS desde 1988, busca sensibilizar sobre los graves daños del tabaquismo, responsable de más de 8 millones de muertes anuales en el mundo, y fomentar el abandono del hábito.
El tabaco está vinculado a enfermedades como cáncer, problemas cardiovasculares, respiratorios y diabetes, además de causar un impacto ambiental negativo1.
Sin embargo, la OMS mantiene una postura escéptica respecto al vapeo y aún no lo promueve como alternativa, a diferencia de otras entidades.

Una de las voces más autorizadas en la defensa del vapeo como herramienta de reducción de daños es Public Health England (PHE), la agencia de salud pública británica.
Desde 2015, PHE ha publicado revisiones científicas que concluyen que vapear es al menos un 95% menos dañino que fumar cigarrillos tradicionales. Esta afirmación se basa en la composición química de los e-líquidos, la menor presencia de carcinógenos y toxinas, y los efectos mucho menos nocivos sobre la salud cardiovascular y respiratoria. Es decir, los vapeadores saben que eso no es inocuo, pero lo ven como algo menos peligroso que el tabaco.
El vapeo: ¿Alternativa real o chivo expiatorio?
Nunca he fumado y como he dicho en alguna ocasión, el tabaco me da asquillo. Pero llevo años observando cómo el vapeo, esos llamados “cigarros electrónicos”, se ha convertido en una tabla de salvación para quienes no logran dejar el tabaco de golpe. No es la panacea, ni mucho menos, pero sí un paso intermedio, una alternativa menos tóxica para quienes buscan liberarse del humo y la combustión que tanto daño hacen.
Sin embargo, la reciente ofensiva regulatoria del Ministerio de Sanidad español parece empeñada en ponerle puertas al campo. Se proponen restricciones que, lejos de estar avaladas por una sólida evidencia científica, pueden acabar empujando a muchos exfumadores de vuelta al tabaco tradicional, ese que sí está sobradamente demostrado como mucho más perjudicial.
¿Qué se pretende regular?
Entre las propuestas más polémicas está la eliminación de sabores distintos al tabaco en los vapeadores. Diversos estudios señalan que la variedad de sabores es clave para que los fumadores migren hacia alternativas menos dañinas, como el vapeo.
Limitar esta diversidad podría tener el efecto contrario al deseado: menos opciones, más recaídas en el tabaco y, de paso, favorecer a las grandes tabacaleras, que ven en el vapeo un rival incómodo.
El motivo oficial es proteger la salud pública y frenar el acceso de los jóvenes a estos dispositivos. Pero la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha sido clara: Muchas de estas medidas carecen de respaldo empírico y pueden resultar desproporcionadas e ineficaces.
Al hilo del tema juvenil la incidencia de vapeo entre los jóvenes comienza o aumenta desde el momento en el que entró la venta libre. En 2021, era de 0,25 y ahora está cerca del 5%, y todo se debe a su accesibilidad en tiendas, como los bazares.
La Unión de Promotores y Empresarios del Vapeo (UPEV), está en contra del aumento del consumo de cigarrillos electrónicos entre menores y la proliferación de productos con formas y diseños atractivos para niños, como vapers con forma de Bob Esponja.
Según Arturo Ribes, presidente de UPEV, al que entrevisto arriba, el verdadero problema radica en el canal de venta: actualmente, estos productos pueden adquirirse en tiendas de conveniencia, bazares y hasta en tiendas de golosinas, lo que facilita el acceso de los menores.
Ribes insiste en que mientras existan vapers con aspecto de juguetes o personajes animados en puntos de venta no especializados, el problema persistirá.
El sector reclama al Gobierno una regulación más justa y eficiente, centrada en restringir la venta de vapers a establecimientos especializados y estancos, como apoyan también el 64% de los consumidores según un estudio de Sigma Dos.
Critican que la nueva normativa se enfoque en demonizar al 5% de vapeadores adultos, mientras ignora al 22% de fumadores y no actúa contra la importación de vapers con formas infantiles fabricados en terceros países.
Además, denuncian que la normativa no aborda el creciente mercado negro ni la entrada de productos ilegales que no pasan controles sanitarios, y que la presión regulatoria recae sobre las 450 tiendas especializadas y estancos que cumplen la ley.
El sector advierte que las nuevas restricciones, como la prohibición de sabores (utilizados por el 62% de los vapeadores para dejar el tabaco) y el aumento de impuestos, ponen en peligro a autónomos y pymes dedicados al vapeo, generando una competencia desleal y desplazando a los consumidores hacia el mercado ilegal o a comprar en el extranjero.
También lamentan que el Gobierno ignore los casos de éxito en la reducción del tabaquismo, como el de Suecia, y que no escuche las propuestas del sector, que incluyen medidas incluso más estrictas: eliminar puntos de venta libre, prohibir sabores atractivos para menores, y erradicar los vapers de juguete o con formas llamativas.
Y es que que solo el 3% de los usuarios actuales de cigarrillos electrónicos en la UE no ha fumado nunca, lo que demuestra que el vapeo no está captando a no fumadores, sino que es una alternativa para adultos que buscan dejar el tabaco.
Más allá de titulares alarmistas y posturas dogmáticas, lo que necesitamos es información transparente, debate riguroso y políticas basadas en pruebas, no en prejuicios ni en presiones de lobbies farmacéuticos o tabaqueros.

¿Qué dice la ciencia?
La evidencia disponible apunta a que el vapeo, aunque no exento de riesgos, es significativamente menos dañino que fumar cigarrillos convencionales. La ausencia de combustión elimina la mayor parte de las sustancias cancerígenas y tóxicas presentes en el humo del tabaco.
Sin embargo, el vapeo no es inocuo: los líquidos contienen nicotina (en la mayoría de los casos), propilenglicol, glicerina y aromatizantes, algunos de los cuales pueden tener efectos a largo plazo aún poco estudiados.
El problema, como casi siempre en salud pública, es de matices. No se trata de afirmar que el vapeo es “bueno”, sino de reconocer que, para quienes no logran dejar el tabaco por otros medios, puede ser una alternativa menos dañina.
Negar esta posibilidad en nombre de una pureza sanitaria mal entendida puede tener consecuencias perversas: más recaídas, más consumo de tabaco y más negocio para las grandes tabaqueras.
El papel de la industria y los intereses cruzados
No se puede hablar de vapeo sin mencionar los intereses económicos en juego. Por un lado, la industria tabaquera, que ve en el vapeo un competidor directo y, en algunos casos, se ha lanzado a comprar o desarrollar sus propias líneas de cigarrillos electrónicos.
Por otro, la industria farmacéutica, que comercializa tratamientos para dejar de fumar (parches, chicles, medicamentos) y ve con recelo la popularización de alternativas no medicalizadas.
A esto se suma la presión de los lobbies sanitarios, que a menudo promueven regulaciones estrictas en nombre de la protección de la salud pública, pero que no siempre están respaldadas por la mejor evidencia disponible. El resultado es un debate polarizado, en el que los usuarios de vapeo quedan atrapados entre dos fuegos.
Uno de los argumentos más repetidos por quienes defienden restricciones severas al vapeo es el aumento del consumo entre menores. Es cierto que la popularización de dispositivos atractivos y sabores llamativos ha facilitado el acceso de adolescentes a la nicotina, con los riesgos que ello conlleva.

Pero la solución no puede ser la prohibición total o la equiparación del vapeo con el tabaco tradicional, sino una regulación inteligente que limite el acceso a menores y garantice la calidad y seguridad de los productos.
En España, la venta de vapeadores a menores ya está prohibida, pero la realidad es que el control es desigual y la información, escasa. Hace falta más educación, más control en los puntos de venta y una mayor implicación de las familias y los centros educativos, no medidas simbólicas que solo sirven para tranquilizar conciencias.
Los medios y la desinformación
Como periodista no puedo dejar de señalar la responsabilidad de los medios de comunicación en la construcción de la imagen pública del vapeo. Demasiadas veces se recurre al alarmismo, a los titulares sensacionalistas y a la reproducción acrítica de los comunicados de prensa de las autoridades sanitarias o de las grandes asociaciones médicas.
El resultado es una opinión pública desinformada, que asocia el vapeo con el tabaco sin matices y que no entiende por qué miles de exfumadores defienden su derecho a acceder a opciones menos dañinas.
La función del periodismo, especialmente en temas de salud pública, debería ser la de informar con rigor y exigir transparencia a quienes toman las decisiones. Solo así podremos avanzar hacia políticas sensatas y eficaces, que pongan la salud de las personas por delante de los intereses industriales o corporativos.
En estos últimos años he recibido decenas de testimonios de personas que han conseguido dejar el tabaco gracias al vapeo. No son “enganchados” a la nicotina sin más, sino fumadores de larga duración que, tras probar sin éxito parches, chicles y medicamentos, han encontrado en el vapeo una herramienta para reducir el daño y recuperar la salud.
Muchos de ellos sienten que las nuevas regulaciones les criminalizan y les empujan de nuevo al cigarrillo convencional.
No se trata de negar los riesgos del vapeo, ni de promoverlo entre quienes no han fumado nunca, especialmente los jóvenes. Se trata de reconocer la diversidad de trayectorias y necesidades, y de diseñar políticas públicas que respondan a la realidad, no a prejuicios ni a intereses ocultos.
¿Hacia dónde vamos?
La pregunta que debemos hacernos, en el Día Mundial Sin Tabaco, es si queremos una sociedad en la que la única alternativa al cigarrillo sea la abstinencia total, o si estamos dispuestos a aceptar estrategias de reducción de daños que, aunque imperfectas, pueden salvar vidas.
La experiencia internacional demuestra que el prohibicionismo rara vez funciona; lo que necesitamos es regulación sensata, basada en la mejor evidencia disponible y adaptada a las realidades sociales y culturales de cada país.
El vapeo no es la panacea, pero tampoco el demonio que algunos quieren pintar. Es una herramienta más en la lucha contra el tabaquismo, y como tal debe ser analizada, regulada y, en su caso, promovida entre quienes más lo necesitan. Negar esta posibilidad en nombre de un sanitarismo mal entendido es, en última instancia, una irresponsabilidad.
