Depresion 1
|

Lamotrigina: Las secuelas de un fármaco contadas en primera persona

E., filóloga y funcionaria interina, da la cara y pone nombre propio al sufrimiento silenciado por la iatrogenia, los daños provocados por los sistemas sanitarios. Su relato, que me ha contado, es el de una vida truncada por la lamotrigina, un medicamento que, bajo la promesa de controlar la epilepsia y estabilizar el ánimo, le sumió en un calvario físico y psicológico que desde la medicina se resisten a reconocer.

“Me han robado la juventud”, E.

“Hola, me llamo E. y me pongo en contacto con usted porque una amiga me lo recomendó. Mi nivel de indignación e impotencia ha superado el límite. Llevo de baja mucho tiempo, tanto que he agotado el límite y estoy pendiente de que el tribunal médico se ponga en contacto conmigo, después de tantos meses hace uno que di con una doctora que me informó que todo lo que me pasaba era debido a un antiepiléptico que tomo llamado LAMOTRIGINA.

Y después de haberme reducido la dosis efectivamente todo apunta a que es eso”.

E. me describe un cuadro de los síntomas devastadores que padece: Aumento de peso de más de 30 kilos sin motivo, caída masiva del cabello, fiebre, diarreas diarias con expulsión de tiras largas, agotamiento extremo -durmiendo hasta 20 horas al día-, sudoración excesiva y un olor corporal nunca antes experimentado.

Banner miguel jara abogados 1 1024x328 1

“No comía porque la comida no me entraba”, relata, y aun así engordaba. El desconcierto médico fue total: la derivaron a infecciosos, enfermedades tropicales, endocrinos y psicólogos, sin diagnóstico claro.

“Tuve que hacer fotografías de lo que expulsaba porque uno de ellos me dijo que exageraba”, recuerda.

La incomprensión y el desprecio de algunos profesionales fue la norma: “Endocrinos que me dicen que si quiero perder peso cierre la boca y me pinche el fármaco Ozempic, aunque les explicaba que no comía porque no me entraba la comida y si me forzaba vomitaba”.

Su agotamiento era tal que llegó a desplomarse en el trabajo y no podía ni abrir los ojos. “Uno me llegó a decir que lo mío puede ser psicológico”.

Efectos secundarios reconocidos y el silencio institucional

La experiencia de E. no es un caso aislado. La lamotrigina está asociada a una extensa lista de efectos secundarios, entre los que se incluyen diarrea, pérdida de apetito, somnolencia, dificultad para concentrarse, fiebre, erupciones cutáneas graves y, en casos extremos, reacciones inmunitarias que pueden poner en peligro la vida.

El síndrome de Stevens-Johnson, la necrólisis epidérmica tóxica y el síndrome DRESS son advertencias explícitas en los prospectos y fichas técnicas. La FDA ha documentado hospitalizaciones, secuelas graves e incluso muertes relacionadas con el fármaco.

E., sin embargo, tuvo que esperar años y recorrer decenas de consultas para que una médica, finalmente, relacionara sus síntomas con la lamotrigina. Al reducir la dosis, la mejoría fue inmediata:

“Puedo salir, empiezo a hacer más cosas, se me han cortado las diarreas bestiales, estoy dejando de expulsar esas tiras, me entero de lo que leo (antes no me enteraba de nada, no me podía concentrar en nada) y he bajado 7kg sin hacer nada”.

El daño psicológico y social

Su caso revela una de las caras más oscuras de la iatrogenia: La dificultad para que el daño sea reconocido, la tendencia a atribuir los síntomas a causas psicológicas y la soledad del paciente frente a un sistema que prioriza la protección corporativa sobre la salud individual.

El daño no fue solo físico. E. se vio forzada a abandonar el trabajo de su vida y a encerrarse en casa de sus padres durante tres años. “Me siento que me han robado mi juventud entre una cosa y otra, llevo 3 años sin prácticamente salir (porque no podía) encerrada en casa de mis padres”.

El miedo a que el tribunal médico la devuelva a la vida laboral sin estar recuperada la persigue: “Ahora temo que cuando el tribunal médico me dé el alta no vuelva a entrar”. El relato de E. denuncia también la corrupción estructural del sistema sanitario:

“La medicina es un organismo demagogo, ir a médicos que te van alargando visitas, pidiendo pruebas que tienes recientes para que te sigas gastando el dinero y así convertir un despacho médico en una máquina tragaperras”.

Miguel Jara Abogados

E. se muestra muy decepcionada con el funcionamiento de la medicina.

Ella cree que los médicos “se tapan los unos a los otros porque al final todos viven de lo mismo”, y denuncia la falta de honestidad profesional:

“Puede haber errores, confusiones… yo también he ido a médicos privados que me han dicho que no volviera porque no sabían lo que era y gastaría el dinero en balde, eso es honesto y honrado”.

La historia de E. es la de miles de personas dañadas por medicamentos cuyo riesgo real se minimiza o se oculta.

La lamotrigina, como tantos otros fármacos, exige una vigilancia crítica y la obligación ética de escuchar y reparar a quienes han sufrido sus consecuencias. Porque detrás de cada comprimido hay una vida en juego, y la medicina, si quiere seguir siendo digna de confianza, debe anteponer la verdad y la humanidad a cualquier otro interés.

La medicina debe curar, no dañar. Y cuando daña, debe reconocerlo, aprender y reparar.

Suscríbete a mi Newsletter

¡Y únete a mi comunidad!

¿Te apasiona la salud, la alimentación y la ecología? No te pierdas mis investigaciones exclusivas y análisis en profundidad. Suscríbete a mi newsletter y recibe contenido directamente en tu bandeja de entrada.

¡Suscríbete ahora y sé parte del cambio!

¡No hago spam! Lee mi política de privacidad para obtener más información.

Compártelo:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *