Psicofármacos al volante: la cara B de la siniestralidad vial
El papel de los psicofármacos en la siniestralidad vial ha permanecido en la sombra, cubierto por el glamour o el estigma que rodea al alcohol y a las drogas de abuso. Pero los últimos datos del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, lejos de calmar nuestra inquietud, arrojan luz -para quien quiera ver- sobre un problema profundo y casi invisible: decenas, quizá cientos de personas pierden la vida en las carreteras cada año habiendo consumido medicamentos psicoactivos que, paradójicamente, circulan bajo la bandera de la mejora de nuestra salud.
Psicofármacos: los “medicamentos” que también matan… al volante
Cuando se habla de consumo de sustancias y accidentes de tráfico, nos viene a la mente el alcohol como el ingrediente fatídico por excelencia, seguido de la clásica pareja formada por la cocaína y el cannabis. Pero hay un tercer actor, silencioso y de etiqueta blanca, que ya se ha ganado con creces su lugar en la fatídica estadística: los psicofármacos.
Según el informe Hallazgos toxicológicos en víctimas mortales de accidentes de tráfico, en 2024, un 11,4% de los conductores fallecidos presentaba restos de psicofármacos en sangre.
Este dato, lejos de ser anecdótico, coloca a estos fármacos tras el alcohol y las drogas como la sustancia más detectada en las autopsias y análisis toxicológicos realizados a víctimas mortales en carretera.
Este porcentaje puede parecer menor al de 2023 (15,7%), pero la cifra cruda impone respeto: de 937 conductores fallecidos, al menos 107 dieron positivo a psicofármacos. Además, si excluyésemos los positivos por alcohol y drogas, nos encontraríamos con que cerca de uno de cada ocho muertos llevaba en el organismo fármacos destinados -en teoría- a calmar la ansiedad, estabilizar el ánimo, aliviar el insomnio, prevenir convulsiones o mitigar el dolor.

Benzodiacepinas, antidepresivos, antiepilépticos y opioides
El termómetro no podría estar más claro: Las benzodiacepinas (fármacos ansiolíticos e hipnóticos, ampliamente recetados en nuestro país) fueron detectadas en el 53,3% de los conductores fallecidos que dieron positivo a psicofármacos.
Muy cerca, los antidepresivos (presentes en el 51,4% de los positivos a psicofármacos), cuyo consumo se ha disparado en la última década. Llama la atención el aumento en la detección de antiepilépticos (20,6%, el doble que el año anterior) y de opioides (12,1%).
No estamos hablando de medicamentos minoritarios ni de uso marginal, son fármacos que millones de adultos (y no tan adultos) españoles consumen, en muchas ocasiones durante años.
Y son, además, la línea base de tratamientos para patologías de la vida cotidiana que, al volante, pueden tener consecuencias letales.
Una constante en los fallecimientos es la detección simultánea de varias de estas sustancias o de psicofármacos junto con alcohol y/o drogas. La peligrosidad de mezclar diferentes principios activos con efectos sobre el sistema nervioso central es tan obvia como negada por la mayoría de campañas institucionales, que siguen obsesionadas con el binomio alcohol-coche y con el “no te drogues si conduces”, ignorando el elefante en la habitación que supone la polimedicación.
A diferencia de la droga ilegal o del alcohol, el psicofármaco goza de impunidad social y administrativa. Basta con una receta, un prospecto, y la promesa de que “no pasa nada”. Que todo está bajo control.
¿Quiénes son los consumidores de psicofármacos que mueren al volante?
Hablar de perfiles puede ser engañoso, pero la estadística es rotunda: el 92,7% de los conductores fallecidos con sustancias detectadas en sangre eran hombres. La franja de edad mayoritaria oscila entre los 25 y los 54 años.
¿Conclusión? El estereotipo del hombre de mediana edad español, usuario habitual del coche y, de modo creciente, paciente de medicamentos ansiolíticos, hipnóticos y antidepresivos.
La feminización del consumo psicofarmacológico en España es una tendencia contrastada, pero a la hora de los accidentes mortales con sustancias, los hombres siguen llevando la delantera en todos los tóxicos, psicofármacos incluidos.
El efecto adverso más conocido y temido de los psicofármacos en la conducción es la merma de reflejos y de atención. Las benzodiacepinas y los opioides, por ejemplo, deprimen el sistema nervioso central y generan somnolencia, letargo, obnubilación, y reducen el tiempo de reacción.
Los antidepresivos (especialmente los de generaciones más antiguas) pueden provocar confusión, vértigo, visión borrosa.
¿Hay por tanto una relación causal entre el consumo de psicofármacos y la siniestralidad vial? Las autoridades sanitarias y de tráfico tienden a restar importancia, culpando al “mal uso” más que al riesgo inherente.
Pero los datos del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses contradicen ese relato complaciente: Decenas de conductores pierden la vida cada año bajo los efectos de psicofármacos, en ocasiones en combinación con otras sustancias, en otras como único tóxico presente.
El caso de los peatones: doble victimización
El dato que realmente hiela la sangre es el de los peatones pues de 195 peatones fallecidos por atropello y sometidos a autopsia y análisis toxicológico, el 42,6% tenía en sangre alcohol, drogas y/o psicofármacos, aislados o en combinación.
Y dentro de ese grupo, el 45,8%“ dio positivo a psicofármacos, solo por detrás del alcohol. Un dato que desmiente el estereotipo del “peligro” circulando solo a los mandos de un vehículo.
Es decir, muchos de los peatones muertos viajaban también bajo la influencia de fármacos psiquiátricos, lo que revela la profundidad del fenómeno.
Se trata, probablemente, de personas de edad avanzada, que son los grandes consumidores de psicofármacos, a quienes nadie advierte de los peligros de salir a la calle bajo el efecto de estos medicamentos, con sus reflejos mermados y su capacidad de respuesta reducida.
La presencia de psicofármacos en las víctimas mortales de tráfico representa solo una fracción del problema. Por un lado, porque la probabilidad de detectar medicamentos en sangre depende de que hayan sido consumidos poco antes del suceso.
Por otro, porque los tests de detección y el análisis toxicológico pueden subestimar la presencia de ciertos fármacos o sus metabolitos.
Por último, y esto es lo más sangrante, porque la población no percibe el consumo de psicofármacos como un factor de riesgo a la hora de coger el volante o caminar por la calzada.

La normalización y medicalización de los problemas psíquicos cotidianos en la sociedad moderna tiene un precio.
En España se prescriben y consumen millones de envases de benzodiacepinas, antidepresivos, somníferos, anticonvulsivantes y opioides cada año.
Su consumo sostenido genera dependencia, tolerancia, síndrome de abstinencia y, por supuesto, aumenta el peligro al conducir.
Medicamentos que salvan vidas… y las quitan
Resulta paradójico que medicamentos creados para curar o aliviar acaben figurando como causa, directa o indirecta, en las estadísticas mortales del tráfico. El discurso farmacocéntrico dominante se niega a admitir este reverso tenebroso: la iatrogenia, es decir, el daño causado por el propio sistema sanitario a través de los tratamientos que prescribe.
Los prospectos advierten genéricamente del “peligro al conducir”. A veces se impone un símbolo en la caja, a modo de advertencia llena de eufemismos. Pero ¿quién controla realmente cuántos automovilistas, transportistas o peatones circulan por las ciudades y carreteras de este país bajo el efecto de sustancias psicoactivas legales prescritas por sus médicos de cabecera?
Mientras la Dirección General de Tráfico (DGT) y las autoridades sanitarias sigan centrando su discurso en el alcohol y las drogas ilícitas y relegando el papel de los psicofármacos, seguiremos viendo estadísticas trágicas año tras año. La prevención pasa inevitablemente por:
- Campañas de información honesta sobre el riesgo real de conducir bajo la influencia de psicofármacos, especialmente los ansiolíticos, hipnóticos y antidepresivos.
- Implicación y formación de los profesionales sanitarios en la prescripción prudente y en la advertencia sistemática a los pacientes.
- Control real y registros de compatibilidad de psicofármacos en conductores profesionales.
- Políticas para el abordaje racional del malestar psíquico, evitando la medicalización indiscriminada.
Este asunto dice mucho, quizá demasiado, de nosotros como sociedad. La cantidad de españoles que, en la sobremesa de sus vidas, requieren un psicotrópico para dormir, otro para despertar, otro para soportar la ansiedad, es alarmante.
El precio lo pagan todos: los usuarios, sus familias… y las víctimas mortales en la carretera.
No es fácil salirse del engranaje de la medicalización. Pero obviar que los psicofármacos matan (también en accidente de tráfico) es prolongar la inercia de una sociedad anestesiada y resignada, en la que lo anormal -conducir bajo el influjo de fármacos que alteran la mente- se convierte en rutinaria normalidad.
El reto es inmenso y no basta, desde luego, con criminalizar al usuario. Las soluciones, como siempre, pasan por la educación, la información y la responsabilidad colectiva. ¿Estamos preparados para mirar de frente a la cara oculta de nuestros fármacos cotidianos? El asfalto tiene la respuesta, pero quizás no queramos escucharla.
Un grave problema de Salud Pública que requiere de la colaboración de todos. Así comenzó desde el 2006, coordinados por la AEMPS junto con la DGT, departamento de farmacología de la Universidad de Valladolid, los consejos de colegios de médicos y farmacéuticos, entre otros expertos, la iniciativa de aplicar un pictograma en los medicamentos españoles que advirtiera de aquellos que pudieran ser de riesgo durante la conducción. Hubiera sido bueno comentarlo en este buen reportaje. Más información en la web http://www.aemps.gob.es en la sección Medicamentos y conducción