Dietas ricas en carbohidratos simples durante el embarazo dañan el desarrollo infantil
Un reciente estudio del Grupo de Investigación en Nutrición y Salud Mental (NUTRISAM) de la Universitat Rovira i Virgili ha puesto sobre la mesa una realidad preocupante: El consumo elevado de hidratos de carbono de rápida absorción -presentes en refrescos, bollería, golosinas y comida ultraprocesada- durante el embarazo incrementa de manera significativa los problemas emocionales y de conducta en la infancia.
El trabajo ha seguido la dieta de más de 800 mujeres embarazadas y el comportamiento de sus hijos hasta los cuatro años. Los resultados son claros: los niños cuyas madres mantuvieron una dieta con alta carga glucémica durante el primer trimestre del embarazo presentan un riesgo 2,4 veces mayor de sufrir ansiedad, depresión y retraimiento, y hasta 3,5 veces más de manifestar problemas de atención y conductas agresivas, en comparación con hijos de madres con dietas de baja carga glucémica.
El mecanismo de estos daños reside en la alteración metabólica que provoca el exceso de glucosa en sangre materna, que atraviesa la placenta y afecta al desarrollo neurológico del feto. El efecto es aún más pronunciado en las niñas, más vulnerables a los cambios en los niveles de glucosa.
La recomendación de los expertos es darle prioridad a alimentos de bajo índice glucémico como legumbres, hortalizas o cereales integrales, y evitar los productos ultraprocesados y azucarados, cuyo consumo habitual durante la gestación puede tener consecuencias graves y duraderas en la salud física y emocional de los hijos.

La alimentación industrial y la infancia en la encrucijada
He abordado en numerosas ocasiones los problemas de la dieta moderna y sus efectos sobre la infancia; cómo la industrialización de la alimentación y la invasión de productos ultraprocesados están condicionando la salud de las nuevas generaciones desde la gestación.
La calidad de los carbohidratos es un asunto de salud pública. No se trata solo de contar calorías o de evitar el sobrepeso, sino de comprender el impacto profundo que tiene la alimentación industrializada en el desarrollo físico, mental y emocional de los niños.
El problema comienza mucho antes del nacimiento: La dieta de la madre es el primer entorno del niño; la exposición a altos niveles de azúcares simples y alimentos refinados durante el embarazo puede programar el metabolismo infantil hacia la enfermedad.
La evidencia científica ya no deja lugar a dudas: los carbohidratos “malos” -los de rápida absorción, presentes en harinas refinadas, snacks, bollería y bebidas azucaradas- no solo favorecen la obesidad y la diabetes, sino que afectan a la salud mental y a la capacidad de aprendizaje de los niños.
Estamos viendo una generación con más problemas de conducta, más ansiedad, más dificultades de atención, y la raíz está en la alimentación que reciben desde la cuna, o incluso antes.
¿TDAH?
La relación entre el aumento de diagnósticos de Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) en la infancia y los hábitos alimentarios, especialmente el consumo de carbohidratos simples y ultraprocesados, es un tema de creciente interés científico y social.
Aunque no existe consenso sobre una relación causal directa, las investigaciones recientes muestran asociaciones relevantes que no pueden ser ignoradas. Por un lado, diversos estudios señalan que los niños con TDAH tienden a consumir más alimentos ultraprocesados, dulces y bebidas azucaradas que sus pares sin el trastorno.
Este patrón dietético, característico de la llamada “dieta occidental”, se asocia con un mayor riesgo de síntomas de hiperactividad, impulsividad y déficit de atención. Sin embargo, la dirección de esta relación aún se debate: ¿es la mala alimentación la que contribuye al desarrollo o agravamiento del TDAH, o son los síntomas del propio trastorno (como la impulsividad) los que llevan a una peor elección de alimentos?
Un estudio realizado en España encontró que los niños diagnosticados con TDAH ingerían con más frecuencia comida rápida, dulces y bebidas azucaradas, sugiriendo que los hábitos alimentarios inadecuados pueden jugar un papel en el desarrollo del trastorno, aunque no se puede afirmar una relación causa-efecto definitiva.

Otros trabajos han detectado una asociación entre el consumo de snacks y TDAH en escolares, aunque no siempre con todos los tipos de ultraprocesados. Además, la deficiencia de nutrientes esenciales como hierro, zinc, magnesio o ácidos grasos omega-3, frecuente en dietas pobres y desequilibradas, también se vincula a una mayor prevalencia y gravedad de los síntomas del TDAH.
En resumen, aunque no se puede afirmar que la “epidemia” de TDAH en la infancia sea causada exclusivamente por el consumo de carbohidratos simples y ultraprocesados, sí existe una relación significativa entre los hábitos alimentarios modernos y la aparición o agravamiento de los síntomas del trastorno.
Yo hilo estos hallazgos con la transformación del modelo alimentario en las últimas décadas. La dieta mediterránea tradicional, basada en vegetales frescos, legumbres, cereales integrales y productos locales, ha sido desplazada por una oferta masiva de productos industriales, cargados de azúcares, grasas de mala calidad y aditivos.
Alimentos ecológicos y de proximidad
La industria alimentaria ha colonizado la infancia: La publicidad, el bajo precio y la disponibilidad de ultraprocesados han convertido a los niños en el eslabón más débil de un sistema que prioriza el beneficio económico sobre la salud pública.
Insisto, como siempre, en la importancia de recuperar la alimentación tradicional y ecológica, no solo por sus beneficios nutricionales, sino por su papel en la prevención de enfermedades crónicas y trastornos del desarrollo.
No es casualidad que los niños que siguen una dieta mediterránea real, basada en productos frescos y de temporada, tengan menos asma, menos problemas de conducta y mejor rendimiento escolar, según muchos estudios que relacionan la dieta con la reducción de la inflamación y la mejora de la función neurológica.

La solución pasa por una acción coordinada entre educación alimentaria desde la infancia, políticas públicas que limiten la publicidad y el acceso a ultraprocesados, y una apuesta decidida por la producción alimentaria local y ecológica.
La salud de nuestros hijos no puede depender de la lógica del supermercado de ultraprocesados y comida de plástico. Las familias, profesionales y administraciones han de revertir una tendencia que amenaza el futuro de la infancia.
NO se trata solo de un problema individual, sino de una consecuencia directa de un modelo alimentario y social que debe ser revisado con urgencia. La evidencia científica, como la aportada por el grupo NUTRISAM, solo refuerza la necesidad de este cambio de paradigma.