La comida en los hospitales españoles es, por lo general, un problema de salud pública
Cuando ingresamos en un hospital esperamos encontrar un entorno que promueva nuestra recuperación, un lugar donde la ciencia, el cuidado y la atención se combinen para devolvernos la salud. Sin embargo, en muchos hospitales españoles, hay un aspecto fundamental del proceso de sanación que está fallando estrepitosamente: la comida.
Sí, la comida, y escribo comida porque sería mucho escribir alimentación, y no digamos ya nutrición, que es lo que necesita todo enfermo, nutrirse correctamente.
Ese pilar esencial para la salud, la alimentación cuando uno está enfermo, que debería ser un aliado en la recuperación de los pacientes, se ha convertido en un problema estructural que no solo afecta el bienestar de los ingresados, sino que puede agravar su estado de salud.
La comida hospitalaria en España es, en muchos casos, un desastre nutricional y tiene implicaciones para quienes dependen de ella.

Un menú indigno de un hospital
Si hay algo que caracteriza a la comida hospitalaria en España es su falta de calidad, sabor y valor nutricional. Los testimonios de pacientes, familiares y hasta del personal sanitario son abrumadores. Platos fríos, insípidos, con texturas que desaniman al más hambriento, y una presentación que parece más propia de una cadena de producción industrial que de un lugar dedicado al cuidado de la salud.
Purés aguados, carnes recocidas, verduras hervidas hasta perder cualquier rastro de nutrientes, y postres que no son más que azúcar procesado. ¿Es esto lo que merecen las personas que están luchando por su vida o intentando recuperarse de una enfermedad?
Hagamos un ejercicio de imaginación: estás en una cama de hospital, débil, con el cuerpo luchando contra una infección, una cirugía reciente o una enfermedad crónica. Tu sistema inmunológico necesita apoyo, tu organismo requiere nutrientes de calidad para regenerar tejidos, combatir inflamaciones o simplemente mantener la energía.
Pero lo que llega en la bandeja es un arroz pasado, un filete duro como una suela y una manzana que lleva días cortada y que al no ser de producción ecológica está cargada de tóxicos que te enfermarán aún más.

¿Cómo puede sanar alguien en estas condiciones?
No es una exageración. Estudios y encuestas realizadas en los últimos años han puesto en evidencia lo que muchos pacientes ya saben: la comida en los hospitales españoles es, en general, de baja calidad.
Un informe de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) de 2019 ya señalaba que el 70% de los pacientes consideraban la comida hospitalaria «mala» o «muy mala». Incluso se ha estudiado el grado de desnutrición hospitalaria de los pacientes.
Y aunque han pasado años desde entonces, las quejas no han disminuido. Basta con echar un vistazo a las redes sociales o hablar con cualquier persona que haya pasado por un hospital para confirmar que el problema persiste.
La mala calidad de la comida hospitalaria no es solo una cuestión de paladar; tiene consecuencias directas en la salud de los pacientes. La nutrición es un pilar fundamental en cualquier proceso de recuperación. Los nutrientes, vitaminas, minerales y antioxidantes que obtenemos de los alimentos son esenciales para fortalecer el sistema inmunológico, reparar tejidos, reducir la inflamación y prevenir complicaciones. Sin embargo, las dietas hospitalarias suelen ser deficientes en estos aspectos.
Por ejemplo, las personas ingresadas con enfermedades graves, como cáncer, diabetes o problemas cardiovasculares, necesitan dietas específicas que apoyen su tratamiento. Pero en muchos casos, los menús no están adaptados a las necesidades individuales.
Pacientes diabéticos reciben postres cargados de azúcar, enfermos renales se enfrentan a platos con exceso de sal, y aquellos con problemas digestivos reciben alimentos difíciles de procesar. Esto no solo dificulta la recuperación, sino que puede agravar las condiciones preexistentes.
Un aspecto especialmente preocupante es la citada desnutrición hospitalaria. Según un estudio publicado en la revista Nutrición Hospitalaria en 2020, entre el 20% y el 50% de los pacientes ingresados en hospitales españoles presentan algún grado de desnutrición durante su estancia (tenéis el enlace arriba).
Esto no solo se debe a la enfermedad en sí, sino a la falta de una alimentación adecuada. La desnutrición prolonga las estancias hospitalarias, aumenta el riesgo de infecciones nosocomiales y eleva los costes sanitarios. En un país que presume de tener uno de los mejores sistemas de salud del mundo, esto es inaceptable.
¿Por qué es tan mala la comida hospitalaria?
Para entender por qué la comida en los hospitales españoles es tan deficiente, hay que mirar más allá de la cocina y analizar el sistema que la sustenta.
La raíz del problema está en la externalización de los servicios de restauración. Desde hace décadas, muchos hospitales públicos y privados han delegado la preparación de las comidas a grandes empresas de catering, cuyo principal objetivo no es la calidad, sino la reducción de costes.
Estas compañías operan con presupuestos ajustados, lo que se traduce en ingredientes de baja calidad, procesos industriales que sacrifican el sabor y los nutrientes, y una falta de personalización en los menús.
El modelo de negocio es claro: Maximizar beneficios a costa de la calidad. Las empresas de catering suelen preparar las comidas en cocinas centralizadas, a veces a cientos de kilómetros del hospital, lo que implica que los alimentos se transportan, se enfrían y se recalientan, perdiendo frescura y propiedades nutricionales.
Además, la falta de supervisión por parte de los hospitales agrava el problema. En muchos casos, NO hay nutricionistas involucrados en el diseño de los menús, y el personal de cocina no tiene la formación ni los recursos para garantizar una alimentación adecuada.
Otro factor es la falta de inversión en el sistema sanitario. Aunque España destina una parte importante de su presupuesto a la sanidad, la comida hospitalaria no parece ser una prioridad. Los recortes en los presupuestos de los hospitales, especialmente tras la crisis económica de 2008, han llevado a una obsesión por reducir gastos, y la alimentación es uno de los primeros sectores en sufrir las consecuencias.
Es irónico que, mientras se invierte en tecnología médica de punta, se escatime en algo tan básico como la comida.
La perspectiva del paciente: una cuestión de dignidad
Más allá de las implicaciones nutricionales y económicas, la comida hospitalaria también tiene un impacto emocional y psicológico. Estar ingresado en un hospital ya es una experiencia estresante, marcada por la incertidumbre, el dolor y la pérdida de autonomía.
La comida debería ser un momento de alivio, un pequeño oasis de normalidad en medio de la adversidad. Pero cuando lo que llega a la bandeja es un plato insípido o incomible, el paciente no solo pierde el apetito, sino también la esperanza.
He hablado con decenas de personas que han pasado por hospitales, y sus historias son desgarradoras. Una mujer me contó cómo su madre, ingresada por un cáncer avanzado, apenas comía porque los platos eran «imposibles de tragar».
Un hombre joven, tras una operación, describió cómo la comida del hospital le provocaba náuseas, no por su estado, sino por la textura y el sabor. Estas no son anécdotas aisladas; son el reflejo de un sistema que ha olvidado que la alimentación es también una cuestión de dignidad.

No solo los pacientes sufren las consecuencias de la mala comida hospitalaria; los profesionales sanitarios también están frustrados.
Enfermeras, médicos y nutricionistas son conscientes de que la alimentación es clave para la recuperación, pero se encuentran atados de manos. Muchos me han confesado que sienten impotencia al ver cómo los pacientes rechazan la comida o cómo sus necesidades nutricionales no se cubren adecuadamente.
En algunos hospitales, los profesionales han intentado hacer mejoras, como talleres de cocina saludable o programas para personalizar las dietas, pero estas iniciativas suelen ser puntuales y dependen de la buena voluntad de unos pocos.
Sin un cambio estructural, estas soluciones son parches que no abordan el problema de fondo.
¿Qué podemos aprender de otros países?
Es interesante mirar más allá de nuestras fronteras para ver cómo otros países abordan la comida hospitalaria. En lugares como Dinamarca o Suecia, los hospitales han apostado por menús elaborados con ingredientes frescos, locales y de temporada, preparados en cocinas propias.
En Japón, la comida hospitalaria es famosa por su calidad y presentación, con platos diseñados para ser nutritivos y apetitosos. Estos países han entendido que la alimentación no es un gasto, sino una inversión en la salud.
En España, sin embargo, seguimos anclados en un modelo obsoleto. Aunque hay excepciones, algunos hospitales han mejorado sus menús, la norma sigue siendo la mediocridad. Cambiar esto requiere voluntad política, inversión y un cambio de mentalidad. La comida no puede seguir siendo el patito feo del sistema sanitario.
Propuestas para un cambio urgente
No todo está perdido. Hay soluciones viables para mejorar la comida hospitalaria en España, pero requieren compromiso y acción. Aquí van algunas propuestas:
- Recuperar las cocinas hospitalarias: Los hospitales deberían volver a tener cocinas propias, con personal cualificado y supervisión de nutricionistas. Esto permitiría preparar comidas frescas, adaptadas a las necesidades de los pacientes.
- Invertir en calidad: Aumentar el presupuesto destinado a la alimentación hospitalaria es esencial. Los ingredientes frescos y de calidad no son un lujo, son una necesidad.
- Personalización de los menús: Cada paciente tiene necesidades nutricionales específicas. Los hospitales deben contar con dietistas que diseñen menús adaptados a las condiciones de salud de cada persona.
- Formación y sensibilización: El personal de cocina y los profesionales sanitarios deben recibir formación en nutrición para entender la importancia de la comida en la recuperación.
- Control de las empresas de catering: Si la externalización sigue siendo la norma, debe haber una supervisión estricta de las empresas, con estándares claros de calidad y sanciones por incumplimiento.
- Involucrar a los pacientes: Escuchar las opiniones de los pacientes y sus familias es clave para identificar problemas y proponer mejoras. Los hospitales podrían implementar encuestas regulares y comités de alimentación.
La comida hospitalaria en España es más que un problema logístico; es una cuestión de salud pública, de dignidad y de derechos humanos. No podemos seguir ignorando que miles de personas, en un momento de extrema vulnerabilidad, están recibiendo una alimentación que no solo no les ayuda a sanar, sino que puede empeorar su estado.

Es hora de que los responsables políticos, los gestores sanitarios y la sociedad en su conjunto tomen cartas en el asunto.
Soy vegano. En 2015 tuve una operación por hiperplasia prostática: solamente la quinta persona del servicio hospitalario que me atendió al ingresar, sabía lo que significaba esa palabra.
En 2019 ingresé por caída con rotura de fémur en otro hospital donde estuve dos meses. En cuatro años ya se conocía el significado de «vegano», pero fue el único cambio. En un desayuno me trajeron leche sin lactosa en lugar de leche vegetal, porque «no había», creyendo que yo no lo notaría. Ante mis quejas me visitaron dos «nutricionistas» en días diferentes -parece que había todo un plantel- porque «no sabían que darme de proteínas». Tuve que darles una clase de nutrición. Una de ellas me lo agradeció efusivamente.